Postales de París

Stade Olympique Yves-du-Manoir (Stade de Colombes), sede de los Juegos Olímpicos París 1924
[Fotografías 1924 – 2019]

El viejo calendario nos recuerda que hoy deberíamos de estar en París. Después de tres meses reinventándonos en casa, sigue siendo extraño mirar lo que iba a haber sido y al final no fue, como si se tratara de nuestra vida sin nosotros. Pronto volveremos a recuperar planes y viajes. Pues, al fin y al cabo, como escribió Vila-Matas parafraseando a Ernest Hemingway: “París no se acaba nunca

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La primera Vuelta a Madrid de 1930

Calle de Segovia, Madrid

En 2020 se han cumplido 90 años de la primera edición de la carrera pedestre «Vuelta a Madrid» de 1930. Una excusa perfecta para volver a correr por el recorrido original de la prueba sintiéndonos corredores de hace casi un siglo y, en definitiva, una gran manera de comprender mejor el urbanismo de la ciudad de Madrid.

El trayecto de la Vuelta a Madrid recorre todo el perímetro de la antigua ciudad y transita por las grandes avenidas que surgieron al derribar las viejas tapias que delimitaban la ciudad, unos enormes espacios que unieron la pequeña villa original con las afueras que comenzaron a nacer tras los muros primitivos y que dieron lugar a las Rondas y Paseos que hoy conocemos. Una versión muy castiza de la Ringstrasse de Viena u otras grandes capitales europeas, donde además recorremos los grandes nudos o plazas donde confluyeron las principales vías de acceso a la ciudad y donde surgieron las estaciones que albergaron los nuevos sistemas de comunicación, como Colón, Alonso Martínez, Arguelles, Príncipe Pío, Puente de Segovia, Puerta de Toledo, Embajadores o Atocha.

Nota: Con salida en Alonso Martínez y cruzando el parque del Oeste desde Pintor Rosales hasta la ermita de San Antonio de la Florida por el puente peatonal que cruza las vías del tren, el recorrido actual mide 11 kilómetros, si bien el trayecto lo he realizado prácticamente entero por la calzada, en plena Fase 1 de desescalada, al amanecer y sin tráfico (VER MAPA ADJUNTO).

Puerta de Toledo, Madrid

«En 1930 la Federación organiza una popular carrera con miras propagandísticas. La primera VUELTA A MADRID se celebró bajo una pertinaz y violenta lluvia el 27 de abril, elementos estos que no impidieron el brillante resultado y sobre todo el fin que se pretendía: la divulgación del Pedestrismo por las calles de Madrid.

Hacía 19 años que se pensó realizar una prueba de este tipo, pero hasta ese momento no llegó a realizarse. La salida se realizó en el Paseo de Recoletos, dirección a Colón, Génova, Sagasta, Alberto Aguilera, Marqués de Urquijo, Rosales, Paseo de Camoens, Carretera de La Coruña, San Antonio, Paseo de la Florida, Estación del Norte, Paseo Virgen del Puerto, Calle de Segovia, Ronda de Segovia, Puerta de Toledo, Ronda de Toledo, Embajadores, Ronda de Valencia, Ronda de Atocha, Paseo Del Prado y Recoletos de nuevo. El total del recorrido fue de 12 kilómetros. En esta prueba se establecieron tres clasificaciones: una individual, otra por equipos de Sociedades en la que puntuaban cinco corredores y la tercera de relevos.

Tomaron la salida individual 16 atletas y todos se clasificaron, resultando vencedor Juan Ramos en 40:05, seguido de Carlos Blanco, los dos del Racing, en 41:20, tercero Felipe Corpas en 43:15 y cuarto Juan Franco, ambos del Deportivo Libertad. Quinto fue Luis Seijas del Racing. En la clasificación por Sociedades primero el Racing Club, después la A.D. Libertad y en tercer lugar Deportiva Ferroviaria. En la clasificación de relevos de doce corredores venció la Escuela de Mecánicos de Cuatro Vientos en 36:33 y en segundo lugar la Sociedad Atlética».

Pérez, Agustín (2014): Primera parte Historia del Atletismo Madrileño (Hasta 1945). Boletín 93 Asociación Española de Estadísticos de Atletismo, P. 87. Madrid, enero 2014

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Recorrido en Google Maps de la Vuelta a Madrid de 1930

Juan Ramos, vencedor de la primera Vuelta a Madrid de 1930

Grafitti con las vistas de la Catedral de la Almudena y el viaducto de Segovia, Madrid

Inventar Millas

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47 Zancadas [Página 47 del número 15 de la revista CORREDOR\, junio 2020]

Gran parte de la historia del atletismo moderno mundial y sus orígenes británicos pueden escribirse alrededor de una milla.

Antes de la universalización del sistema métrico, todo giraba sobre la milla como la distancia por excelencia. Pronto se dividió por la mitad (media milla o 880 yardas) y después volvió a desdoblarse en otras dos mitades hasta llegar al cuarto de milla (440 yardas), medida que se adaptó para la cuerda de las pistas de atletismo y que se acabó redondeando a los 400 metros actuales. Incluso los grandes sueños amateurs y universitarios de los años cincuenta se escribieron con una milla: 4 minutos, 4 vueltas al estadio y un minuto para cada vuelta. Por todo ello, el atletismo moderno nunca se ha medido en los 1.000 metros que forman un kilómetro y sus respectivas divisiones.

En la actualidad, en el centro de Madrid y en pleno desconfinamiento después de meses encerrados en casa, la libertad se puede resumir en una recta de 100 metros pintada sobre el asfalto de una calle de la gran ciudad.

Una libertad infinita si trasformamos la recta en 16 trayectos de ida y vuelta hasta convertirla en una milla: 100 metros, dos niñas en cada extremo, un testigo como relevo, y cuatro recorridos de cada una hasta completar la mítica distancia sintiéndose milleras por un día.

Seguramente no hace falta nada más para seguir siendo felices.

[Iniciativa solidaria #NBMillaVirtual para recaudar fondos por el Covid-19 del Circuito Sudamericano New Balance Milla Urbana dirigido por Gustavo Montes y Factor Running]

Miler Vintage Club

Camiseta Miler Vintage Running Club

Thunder Road

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The Road West (New Mexico). Dorothea Lange, 1938.

[Vivir en la carretera]

Parafraseando a Fernando Pessoa, Bob Dylan dibujó su propio universo en el disco Highway 61 Revisited.

La mítica autopista 61 cruza el corazón de Estados Unidos de norte a sur y, tras dejar atrás Memphis e internarse en Tennessee y Louisiana hasta el delta del Mississippi, a medida que la carretera se pierde entre rectas infinitas, campos de algodón y preciosos atardeceres donde tras cada puerta abierta en pueblos y moteles se escapa la música que nos lleva a los orígenes del blues, el jazz y el rock, a su alrededor no paran de asaltarnos nombres como Elvis Presley, Johnny Cash, B. B. King, Muddy Waters o Louis Armstrong y el sonido de Nueva Orleans en el que todo desemboca. Como el cruce con la 49 donde la leyenda sitúa a Robert Johnson vendiendo su alma al diablo a cambio de convertirse en el mejor músico de blues.

Para el propio Dylan, la carretera que nace en su pueblo natal de Duluth (Minnesota) representaba todo su mundo musical. Pero, por encima de todo, reflejaba su deseo de huir de la ciudad, de buscar nuevos horizontes. Como si el destino hubiese querido que la ruta que mejor simboliza un viaje a las raíces y a la libertad de la música tuviera que pasar justo delante de su casa para poder salir corriendo, convirtiéndolo en una parte más del relato.

Correr, como vivir, muchas veces es una foto fija: una carretera que se pierde en la lejanía. Un bosque. El solitario silencio de los grandes espacios abiertos únicamente alterado por el sonido de las zancadas. Siempre como una huida hacia adelante.

En una de esas imágenes contemplamos a Shalane Flanagan, la primera estadounidense en ganar el maratón de Nueva York en 40 años, perdida en la soledad de las carreteras y los bosques que crecen a los pies de la cumbre nevada del monte Hood o las montañas de Flagstaff y Mammoth Lakes.

En otra de esa fotografías, nueve meses antes de convertirse en la primera estadounidense en ganar el maratón de Boston desde 1985, Des Linden ni siquiera podía correr y, atormentada por las lesiones, creó su propio refugio alrededor del lago Michigan, buscándose a sí misma remando en un kayac, pescando y viviendo encerrada entre cientos de libros, como si a veces necesitáramos perdernos en la ficción para poder encontrarnos en la realidad.

Con la llegada del otoño comenzó a correr de nuevo, centrada en distancias cortas. Y, por fin, el invierno se convirtió en una larga carretera, en cientos de millas a la carrera.

Es otro día en el paraíso”, narraba su marido durante la retransmisión del pasado maratón de Boston para explicar cómo Linden seguía corriendo en cabeza dispuesta a ganar durante un día infernal de frío y lluvia después de unos meses muy duros de entrenamiento bajo la nieve, el hielo y el viento.

Y junto a Linden y Flanagan, la apasionante figura del japonés Yuki Kawauchi sería imposible de definir sin la metáfora de la vida convertida en un maratón infinito.

Las emotivas victorias de estos tres corredores en dos de los mejores maratones del mundo nos hacen seguir creyendo en los cuentos con finales felices y, precisamente, como si recorriésemos la autopista 61, pocas carreras reflejan mejor la búsqueda de los orígenes que Nueva York y Boston: detrás de la fiebre por las carreras populares que inició Fred Lebow en Central Park; a lo largo de la carretera que une Hopkinton con Boston a través de las colinas donde los mitos llevan forjándose desde hace más de 120 años.

Mientras, sin dejar de correr, seguiremos soñando con viejos cadillacs, con carreteras secundarias y con que la vida, como si estuviéramos dentro de un tema de Bruce Springsteen, siempre se pudiese resumir en una apuesta por el rock and roll: “Súbete al coche, este es un pueblo lleno de perdedores y estoy intentando salir de aquí para ganar”.

Miguel Calvo (columna publicada en el número 195 de Runner´s World, mayo 2018)

La noche de Max Estrella

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Puerta del Sol, Fase 0

«Madrid huele a sol por las mañanas»

Arturo Barea

«Cuando el sol salió de nuevo, pudimos volver a correr (…) Y el silencio de las calles vacías nos recordó que correr por el centro de la gran ciudad siempre puede convertirse en un juego».

Tiempo de Silencio, Miguel Calvo (Número 15 CORREDOR\, junio 2020)

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Pretil de los Consejos, donde se sitúa la cueva de Zaratustra de Luces de Bohemia

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Callejón del Gato donde Max Estrella y Don Latino de Hispalis se asomaron a los espejos del esperpento en Luces de Bohemia, a espaldas del antiguo Corral de Comedias de la Cruz

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Ramón María del Valle-Inclán, Paseo de Recoletos

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Plaza Mayor

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Miguel de Cervantes, Plaza de las Cortes

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Casa de Calderón de la Barca, Calle Mayor

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«Te amo, Lope». Iglesia de San Sebastián

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Mariano José de Larra, calle Bailén, muy cerca de la calle de Santa Clara donde el escritor madrileño se suicidó en 1837

«Sobre Madrid, que es como una vieja planta con tiernos tallitos verdes, se oye, a veces, entre el hervir de la calle, el dulce voltear, el cariñoso voltear de las campanas de alguna capilla».

La colmena, Camilo José Cela

Madrid a la carrera (Toponimia)

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Plazuela de San Ginés, en cuyo pasadizo se situaba la Buñolería Modernista de Luces de Bohemia (actual Chocolatería San Ginés)

«Rinconada en costanilla y una iglesia barroca por fondo. Sobre las campanas negras, la luna clara. Don Latino y Max Estrella filosofan sentados en el quicio de una puerta. A lo largo de su coloquio, se torna lívido el cielo. En el alero de la iglesia pían algunos pájaros. Remotos albores de amanecida. Ya se han ido los serenos, pero aún están las puertas cerradas. Despiertas las porteras».

Luces de Bohemia (1920), Ramón del Valle-Inclán

A medida que la gran ciudad fue extendiéndose a través de los nuevos barrios y las viejas costumbres se fueron difuminando, con el paso del tiempo hemos perdido la noción del significado de los términos genéricos con los que el mapa de Madrid bautiza a los lugares por los que caminamos o corremos cada día.

Desde el siglo XIII, calle es la voz más utilizada para designar al grupo de caminos principales de las villas o ciudades, formados por el espacio que se extiende entre dos líneas prácticamente paralelas de edificios. Por su parte, las carreras fueron en su origen un caminos para carros que en la Alta Edad Media se equipararon a las vías urbanas. De esta manera, el Madrid de los Austrias urbanizó antiguos caminos en elegantes carreras, como el camino de carros que unía la villa medieval con la vega del prado de los monjes Jerónimos con cuyo nombre sigue conociéndose. Y aún hoy la expresión «ir de carrera» es sinónimo de ir de viaje: recorrer el espacio de un punto a otro.

Las correderas fueron calles largas o prolongadas y, desde la primera edición del diccionario de Nebrija (1494) hasta las últimas revisiones de la Real Academia de la Lengua, queda anotado que corredera, además de otros significados muy dispares entre sí, hace referencia a caminos, calles o espacios en los que se «corrieron caballos».

Frente a las vías más alargadas, Fernández de los Ríos definió a las travesías como «calles subalternas que sirven de comunicación entre dos más importantes, de una de las que suele tomar el nombre», y se denominaba callejón a las calles cortas o callejuelas, angostas y generalmente sin romper. La palabra cuesta designaba a los tipos de calles con fuertes desniveles en un sentido o en otro. Mientras que costanilla, término en desuso que tiene una gran presencia en el léxico de la literatura española entre los siglos XVI y XX, se refiere a calles con pendientes más atenuadas y cortas.

Para la distinción entre plazas y plazuelas se atendía al tamaño de los espacios rodeados de edificios en que coinciden varias calles, con la posibilidad de que en el segundo caso pudiera producirse dentro de una sola calle. El término red, como la célebre red de San Luis, proviene de su significado como confluencia de varias calles, plaza poligonal de donde salen calles en todas direcciones o por su semejanza con una red de pescador y por extensión del mercado que en ella tenía lugar. Las plazas circulares o rotondas siguen conociéndose como glorietas. Y todavía quedan pretiles, puertas y portillos (o postigos) para designar a aquellas plazas grandes o más pequeñas que, antiguamente, sirvieron de entrada a la población y que no han variado de nombre aunque con el crecimiento de la urbe se hayan transformado en espacios interiores que incluso han perdido su forma original tras los sucesivos ensanches de la ciudad.

En la Edad Media, las cavas eran fosos naturales extramuros acondicionados para la defensa, que en determinadas ocasiones fue necesario cegarlos o desecarlos. A partir del siglo XV muchas de estas cavas ya estaban bastante pobladas y a partir del siglo XVI comenzaron a considerarse calles y parte del trazado urbano.

En busca de más nombres, hasta los trozos de acera cubiertos por la salida de los pisos superiores de las casas a lo largo de la calle se conocieron como portales. Y a medida que los caminos de circunvalación se fueron diseñando por los exteriores de las tapias y puertas de las Villas, los espacios que quedaron tras el derribo de los viejos muros se fueron transformando en vías con arbolado y terrenos de gran extensión con vistas a las afueras que hoy todavía se conocen como rondas, paseos, parques o campillos.

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Esquina de Lope de Vega con la Costanilla de las Trinitarias, pequeña calle en cuesta que recibe el nombre del convento en el que está enterrado Miguel de Cervantes en el madrileño barrio de las letras.

Andarines y Korrikalaris

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Juan Muguerza, a medio camino entre los últimos korrikalaris y los primeros atletas olímpicos

(Fotografía cedida por la familia Muguerza)

«La palabra andarín designaba a la persona que de manera rápida se encargaba de llevar recados, cartas y otros efectos de un lugar a otro utilizando únicamente la fuerza humana. Este oficio, muy extendido en el Antiguo Régimen, acabará desapareciendo con la llegada del ferrocarril y la generalización del resto de los modernos medios de transporte que convirtieron en ineficaz el trabajo de los andarines. Sin embargo, y de forma paradójica, a medida que el oficio se hacía innecesario, la carreras a pie atrajeron la atención del público en una dimensión de puro espectáculo lúdico.

Así, durante el siglo XIX las carreras a pie de andarines, también denominados korrikalaris en algunos lugares, se hicieron muy populares en las fiestas de las localidades de nuestros territorios y pasaron a ser celebradas en grandes espacios públicos como las plazas de toros de Huesca y Pamplona o las plazas mayores de los pueblos».

De los andarines y korrikalaris al atletismo deportivo, Diputación Foral de Gipuzkoa.

Long Run

«La tirada larga es esencial para mi. Hace que me acostumbre a correr durante mucho tiempo. Le dice a mi mente y a mi cuerpo lo que necesita. Cuantas más tiradas largas hago, mejor responde mi cuerpo a correr durante más tiempo y a actuar durante una prueba (…)

Una tirada larga es como la vida, porque subes y bajas sintiendo que tienes muchos desafíos. Pero cuando acabas te sientes muy feliz».

Eliud Kipchoge, Kaptagat (Kenia)

Referencia: The long run, an inside view, NN Running Team (23.04.2020)

 

Epidauro

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Estadio del santuario de Epidauro (noviembre 2009)

«La medicina que se practicaba en este santuario estaba más relacionada con la sanación espiritual que con la ciencia (…). Actividades como la música, los cantos y las representaciones teatrales formaban parte del proceso de sanación, pues se consideraba que podían llevar al espectador a un beneficioso estado de concentración y renovación espiritual (catarsis en griego).

Paralelamente al cuidado espiritual, los enfermos eran animados a hacer ejercicio, tanto en la palestra como al aire libre, en el estadio (…). En definitiva, el descanso, la dieta sencilla, la higiene y el ejercicio, así como la asistencia a espectáculos en el teatro acercaban este santuario más a un balneario que a un hospital moderno«.

Movellán Luis, M. (marzo 2020): «Epidauro, el sanatorio de Grecia». Historia National Geographic, número 195.

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Teatro del santuario de Epidauro (noviembre 2009)

El alcalde de Central Park

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Más allá de las prisas de la gran ciudad, no hay mejor refugio que Central Park. Sobre todo en otoño, cuando la luz adquiere un brillo especial y el parque comienza a inundarse de tonos ocres y dorados, a medio camino entre el invierno que se acerca y el verano que ya se fue.

Sentados sobre los bancos, los oficinistas apuran su almuerzo. Un grupo de jóvenes baila al ritmo de la música. Los patinadores dibujan su propio camino en el asfalto. Un saxo rompe el silencio bajo uno de los puentes. Un joven canta Imagine con su guitarra junto al mosaico dedicado a Lennon en Strawberry Fields. Y decenas de corredores hacen suyo cada rincón del parque, convertido en el corazón de la ciudad neoyorquina que se pierde a través de las grandes avenidas  y los edificios que aquí siempre tienen vocación hacia las alturas, en contraste con la espesura de los árboles.

Se acerca noviembre y pronto todo será maratón.

Fred Lebow inició la locura: un domingo de 1969 empezó a correr en el parque y ya nada volvió a ser lo mismo. En 1970 inventó el actual maratón de Nueva York dando vueltas a Central Park, convencido de que las carreras debían de estar en el centro de las ciudades. Y pronto la prueba rompió sus límites iniciales, imparable, hasta apoderarse de todos los barrios de la ciudad y convertirse en el icono del deporte mundial que hoy conocemos, pero regresando siempre a su origen donde cada año se sitúa la línea de meta.

Pero mucho antes, reflejo de otros tiempos, Alberto Arroyo fue el primer hombre que comenzó a correr en Central Park, siempre alrededor del estanque conocido como The Reservoir.

Nacido en Puerto Rico en 1916, Arroyo llegó a Nueva York a mediados de los años treinta en busca de trabajo. Educado por su padre en una vida sana y saludable, cada día corría dentro del parque, junto al lago.

En 1937 un policía le recriminó por correr por la vía principal que rodea el estanque al ser un peligro para los coches de caballos de la época y Arroyo se trasladó desde ese momento al estrecho sendero que se situaba en la misma orilla. Un pequeño camino que hoy, totalmente arreglado, es uno de los recorridos para corredores más famoso de todo el mundo, célebre por escenas de películas como el paseo de Woody Allen en Hannah y sus hermanas.

Poco a poco, debajo de su enorme bigote, el puertorriqueño se fue convirtiendo en una pequeña parte más del escenario y cuando llegó el primer maratón de Lebow él ya estaba preparado para contagiar su pasión.

Tras jubilarse aumentó sus visitas al parque hasta convertirlo en su propia casa, al tiempo que participaba en numerosas causas benéficas. Cada día pasaba allí más de diez horas, siempre dispuesto a charlar con cualquiera y a compartir carreras con todo tipo de personas, desde turistas, corredores habituales o mendigos hasta famosos como la mismísima Jacqueline Kennedy.

Incluso en sus últimos años, cuando las fuerzas parecían escapársele poco a poco y tuvo que mudarse a una residencia, amigos y aficionados le llevaban al parque, donde no dejaba de escucharse su “Hey, looking good!” con el que siempre saludaba a todo el mundo.

Arroyo falleció en 2010 y una sencilla placa le recuerda junto a su lago como el alcalde de Central Park  y uno de los grandes pioneros del deporte popular, fuente de inspiración para muchas generaciones de corredores.

Todo el mundo quiere lo máximo, yo quiero lo mínimo”, declaró Arroyo en una entrevista antes de cumplir los 90 años.

Seguramente no haya mejor ejemplo del verdadero alma de Central Park y del espíritu que cada día llena los parques de todo el mundo de corredores anónimos en busca de aquello que Arroyo había descubierto hace tanto tiempo.

[Miguel Calvo / Artículo publicado en el número 189 Runner´s World, noviembre 2017]

Gipuzkoa, alma popular

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[NOTA: Texto del Territorio Beamon de Tiempo de Atletismo (Programa 02 Temporada 03 en Corre a tu Ritmo y CORREDOR\ 04/11/2019)]

A medida que el mes de noviembre se instala en el calendario, la luz y los colores del otoño nos enseñan que todo es diferente.

Cada día, la penumbra de la noche se empeña en llegar antes a nuestras calles.

El frío comienza a acariciarnos el rostro.

El viento empieza a recordarnos que pronto llegará el invierno.

El sonido de las hojas caídas que pisamos mientras corremos parece despertarnos de las rutinas que a estas alturas del año ya lo inundan todo.

Y, acostumbrados a buscar respuesta a todas las preguntas que nos acechan, dos cuestiones retumban continuamente en nuestras cabezas de corredores: ¿Por qué corremos? ¿A dónde corremos?

En medio del otoño, en medio de nuestras dudas, San Sebastián y Gipuzkoa siempre son una buena respuesta: una carretera, el asfalto, el aroma del mar y la maravillosa sensación de correr bajo una fina cortina de lluvia.

Como un cuento en una noche de frío, las viejas historias nos sigue contando que viajar al norte del norte siempre es regresar al origen, a los mismos paisajes en los que se criaron Diego García, Martín Fiz y Alberto Juzdado antes de reinventar el maratón español moderno, al mismo escenario en el que a finales de los años setenta se batió en Oiartzun el récord del mundo de mujeres cuando el maratón femenino ni siquiera podía soñar todavía con ser olímpico, o a los mismos lugares a través de los que corrieron Mamo Wolde, Abebe Bikila y Carlos Pérez en Zarautz durante los años sesenta.

Como una agenda donde vamos anotando los sueños que nos quedan por cumplir, el alma popular de Gipuzkoa nos sigue recordando que los corredores siempre soñaremos con Behobias, con maratones en la playa de la Concha camino de Anoeta, o con los viejos caminos entre Azkoitia y Azpeitia donde una estatua recuerda que aquí empezó la historia de la mejor generación de maratonianos españoles.

Y como cada tarde, como cada otoño, seguiremos corriendo mientras todo seguirá ahí.

El barro de Elgoibar o Lasarte.

El verdadero sentido de la tradición y la afición por el deporte y el esfuerzo.

La alfombra roja que demuestra que los grandes festivales de cine también pueden tener a nuestros ídolos olímpicos como protagonistas.

El peine de los vientos de Eduardo Chillida junto al rumor del Cantábrico.

Y las carreteras que siempre desembocan a los pies del monte Igueldo atrapadas en la letra de una canción de Mikel Erentxun: “Se enredan los sentimientos. El viento brama con furia. Se tensa la piel del tambor. Las huellas en el horizonte me llevan a ti. Espérame en la vereda”.

Escucha el programa completo «Gipuzkoa, alma popular» (Tiempo de Atletismo 02 – 03):

YouTube CORREDOR\

Podcast CORRE A TU RITMO  (a partir minuto 66)

Cuando Carl Lewis soñaba con ser Bob Beamon

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«Jugando con mi hermana en el jardín de la parte posterior de nuestra casa, antes de iniciar nuestras pequeñas competiciones imitábamos a un locutor de la televisión anunciando el récord del mundo de velocidad. Y uno de nosotros decía con voz profunda: «El récord está en 9,95 segundos. Carl o Carol podrían batirlo hoy en el Campeonato de Estados Unidos. Crece la presión ambiental. Se sitúan en la línea de salida…» Luego Carol obtenía una aplastante victoria sobre mí, cosa habitual.

Cuando me enteré del récord mundial de salto de longitud obtenido por un hombre llamado Bob Beamon, me dirigí al jardín delantero de casa con una cinta métrica. Marqué en el suelo los 8,90 metros, la distancia que había saltado Bob Beamon en los Juegos Olímpicos de 1968, e imité la voz del locutor. «Aquí está, amigos, Carl Lewis está a un salto del récord del mundo. Todo lo que tiene que hacer es saltar esta distancia». Era un día más en nuestro pequeño mundo de fantasía. En aquel momento yo no era consciente de cuán increíble había sido el salto de Bob Beamon. Sabía que la distancia era larga, pero todo era largo para mí entonces. Después de marcar la distancia del salto de Beamon en el suelo, mi primer pensamiento fue: «¡Guau! Es más largo que un Cadillac«».

Extracto del libro Lewis, C. y Marx, J. (1992): Carl Lewis. En Pista (p. 27-28). Traducción Gemma Moral Bartolomé. Ediciones B, Madrid.