La Cruz del Sur

Tsuburaya

Kokichi Tsuburaya. Maratón olímpico de Tokio 1964.

I

«Y sin embargo, en la travesía de vuelta del último viaje, Ryuji había descubierto que estaba cansado, mortalmente cansado del aburrimiento de la vida del marino. Tenía la certeza de que lo había probado todo en ella, hasta las heces, y estaba harto. ¡Qué loco había estado! No había gloria que encontrar en ningún lugar del mundo. Ni en el hemisferio Norte. Ni en el hemisferio Sur. Ni siquiera bajo la estrella con que todo marino sueña: la Cruz del Sur».

El marinero que perdió la gracia del mar, Yukio Mishima.

II

«El temor que yo tenía, y que no confié a nadie por mi fase tímida, mi temor era que el espejo empezara a vivir de un modo distinto; por ejemplo, que mi imagen en el espejo hiciera cosas que yo no hacía. Ése es el temor que yo tenía. En mi pieza había un enorme mueble hamburgués, con tres espejos; de modo que yo veía triplicado. Además, la cama era de caoba. Si yo hubiera dicho a mis padres que apagaran la luz de la pieza vecina… Pero no me animé a decirlo nunca. Vivía siempre con ese temor. Yo, antes de dormir -la pieza no estaba a oscuras-, abría los ojos, me miraba en los espejos, me daba cuenta de que nada se movía, y entonces, al final, me quedaba dormido. Tuve muchas pesadillas con espejos, pero hubiera podido corregir todo eso pidiéndole a mi familia que apagara la luz del hall que estaba al lado».

Diálogos sobre la vida y la muerte, Jorge Luis Borges.

III

«Ha sido una carrera larga pero, entre tanto, he tenido una esposa, seis hijos y diez nietos. Y eso lleva su tiempo

Shizo Kanakuri tras ser localizado en su ciudad natal de Tamana en 1962, dónde descansaba ya jubilado tras haber ejercido de profesor durante años.

IV

El último día de Anton Chejov

El estilo de la muerte es el estilo de la vida“. Diálogos sobre la vida y la muerte, Jorge Luis Borges.

Cada historia tiene su propio final.

El ruso Anton Chéjov, considerado como uno de los mejores escritores de cuentos de la historia de la literatura, murió con 44 años un caluroso día de julio de 1904 en un balneario al suroeste de Alemania, en plena Selva Negra, víctima de una larga tuberculosis.

Condicionado por su enfermedad, gran parte de su vida fue una huida de los duros inviernos rusos, siempre en busca del sol y los climas templados junto a la Costa Azul o el mar Negro y su final fue recreado por Raymond Carver en su cuento “Tres rosas amarillas” donde realidad y ficción se entremezclan hasta confundirse, como no podía ser de otra manera tratándose del último día de uno de los mejores cuentistas de siempre.

Hacía tanto tiempo que no bebía champán…” dijo el Chejov imaginado por Carver antes de llevarse una copa a los labios, sin fuerza para brindar con su mujer y con el doctor que le atendía en el balneario, y justo antes de darse la vuelta en la cama y morir, en un relato en el que, en homenaje al escritor ruso, las pausadas palabras de Carver nos hacen sentirnos partícipes de sus últimos instantes a través de elementos tan visuales y sencillos como el calor de un día de julio, un corcho de una botella de champán o un jarrón de rosas.

Jean Paul Sartre pensaba que siempre se muere demasiado pronto o demasiado tarde. Pero Borges, a quién la palabra muerte le sugería “la esperanza de dejar de ser” y que recordaba los lentos finales de sus mayores, afirmaba que “nunca se muere demasiado pronto; siempre se muere demasiado tarde”.

Extracto del artículo “Cuentos del tartán: El último día de Anton Chéjov”, publicado por Miguel Calvo en el Territorio Beamon de Runner´s World (seguir leyendo artículo completo)

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