«Jugando con mi hermana en el jardín de la parte posterior de nuestra casa, antes de iniciar nuestras pequeñas competiciones imitábamos a un locutor de la televisión anunciando el récord del mundo de velocidad. Y uno de nosotros decía con voz profunda: «El récord está en 9,95 segundos. Carl o Carol podrían batirlo hoy en el Campeonato de Estados Unidos. Crece la presión ambiental. Se sitúan en la línea de salida…» Luego Carol obtenía una aplastante victoria sobre mí, cosa habitual.
Cuando me enteré del récord mundial de salto de longitud obtenido por un hombre llamado Bob Beamon, me dirigí al jardín delantero de casa con una cinta métrica. Marqué en el suelo los 8,90 metros, la distancia que había saltado Bob Beamon en los Juegos Olímpicos de 1968, e imité la voz del locutor. «Aquí está, amigos, Carl Lewis está a un salto del récord del mundo. Todo lo que tiene que hacer es saltar esta distancia». Era un día más en nuestro pequeño mundo de fantasía. En aquel momento yo no era consciente de cuán increíble había sido el salto de Bob Beamon. Sabía que la distancia era larga, pero todo era largo para mí entonces. Después de marcar la distancia del salto de Beamon en el suelo, mi primer pensamiento fue: «¡Guau! Es más largo que un Cadillac«».
Extracto del libro Lewis, C. y Marx, J. (1992): Carl Lewis. En Pista (p. 27-28). Traducción Gemma Moral Bartolomé. Ediciones B, Madrid.