
Hay personas que se funden tanto con un lugar que terminan formando parte de él, incluso hasta llegar a cambiar su esencia.
Convertido por derecho propio en uno de los mejores fondistas de la historia del atletismo español, la figura del gallego Alejandro Gómez estará unida para siempre al parque Castrelos de Vigo. El parque que Alejandro y sus compañeros convirtieron en su lugar sagrado de entrenamiento. Hasta el punto de que, tal y como recuerda Martín Fiz, Alejandro nunca entendió de medidas de tiempo o de distancia, y para él la vida siempre ha sido correr a tres minutos el parque.
Junto a Castrelos, siempre quedarán en la memoria los nombres de las ciudades que sirvieron de escenario a sus grandes gestas, desde los mundiales de cross de Stavanger o de Ostende, hasta los estadios olímpicos de Seúl, Tokio, Barcelona o Atlanta y las carretaras de Rotterdam o Shouth Shields.
Al norte del norte, en Euskadi permanece el barro de Elgoibar, Lasarte o Amorebieta como símbolo de la felicidad que sólo se puede medir en emociones y que siempre termina desembocando en algún lugar del camino que une Azkoitia con Azpeitia.
Y como recuerdo de la libertad en su máxima expresión, siempre nos quedará la sonrisa de una carrera junto a un grupo de perros mientras sentimos que el corazón nos late con toda su fuerza.
¿Qué guardan los lugares que amamos?
Al fin y al cabo, la vida son momentos. Amistad. Risas. Ganas de correr. Barro. Hierba. El peregrinaje infinito al recorrido mágico que discurre entre Azkoitia y Azpeitia detrás del recuerdo de Diego García. O el recuerdo de los entrenamientos en Castrelos, donde el aroma del océano Atlántico no solo guarda gran parte del alma de Alejandro Gómez y de toda una generación irrepetible de corredores, sino donde descansará para siempre una parte enorme de la magia del maratón, el cross y el atletismo español.
[Columna radiofónica Territorio Beamon del último Tiempo de Atletismo de la temporada 2019-2020 de Corre a tu Ritmo, 29 de junio de 2020]