
«Tras la dura decepción que experimentó en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, convencido de que no dejaría de hacer todo lo posible para convertirse en el mejor corredor del mundo, decidió tomar una firme decisión: a partir de ese momento correría todos los días, sin descanso. Al menos una milla diaria. Hasta que nadie le pudiese alcanzar. Y ya nunca se detuvo (…)
A lo largo de todas estas décadas, la figura de Hill corriendo entre la niebla del norte de Inglaterra ha sido una de las mejores respuestas a la pregunta de por qué corremos, como quien, sin más explicaciones, se aferra a un mismo instante que repite cada mañana, porque al fin y al cabo detrás de cada verano siempre llega el otoño y este vuelve a ser cada vez la primavera del invierno, parte de un círculo que no deja de dar vueltas y al que es mejor subirse y no querer bajarse nunca (…)
Bajo el cielo azul griego en el que se pierde nuestro viaje, a miles de kilómetros de los interminables días de lluvia ingleses, cuando tecleamos en nuestro móvil el lema «Corre todos los días» que el mismo Ron Hill popularizó (#RunEveryDay en su inglés original de las redes sociales), la pantalla se llena de sugerentes imágenes publicadas por corredores anónimos de todo el mundo que invitan a dejarlo todo y salir corriendo. Caminos que se abren paso entre los árboles del bosque, soles que brillan al fondo de pequeñas y solitarias carreteras, coloridos graffitis urbanos, zancadas perdidas sobre caminos nevados y hasta interminables dibujos del paso de los días a la carrera, metáforas de los momentos que busca cada uno de los corredores que a diario llenan los parques de todo el mundo, deseosos de huir hacia ninguna parte. Sin duda, el mayor triunfo de Hill ha consistido no solo en no pararse nunca, sino en que, cuando no ha habido más remedio que detenerse, todo haya seguido girando alrededor del ejemplo en el que convirtió su propia vida (…)»
Extracto de La primavera del invierno, Regresar a Maratón (Miguel Calvo, Ediciones Desnivel 2019)