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Cuando todavía éramos muy jóvenes, caminamos hasta llegar a Santiago.
Ya en la ciudad, durante la primera de las mil y una noches que nos esperarían después, paseamos por las calles empedradas bajo una fina lluvia. Bailamos descalzos. Y en una pequeña callejuela, bajo un arco, un chico cantaba agarrado a su guitarra y a su armónica. Unas viejas botas. Un sombrero. Like a Rolling Stone.
Aún éramos demasiados jóvenes, pero desde aquel momento supimos que Bob Dylan sería siempre el recuerdo de una noche infinita y una especie de refugio que descubrir, de la misma manera que Bruce Springsteen habla de cómo le marcaron aquellas canciones, aquellas historias casi recitadas.
Toda una vida después, hoy vuelve a llover sobre Madrid y esta noche el viejo Dylan toca en la gran ciudad.
Rough and Rowdy Ways. Carpe Diem: “Let’s dance in style, let’s dance for a while. Heaven can wait, we’re only watching the skies”. El teatro ambulante de Rolling Thunder Revue. El mismo rumbo mientras continúa nuestro viaje por la carretera: “Voy camino a dónde todas las cosas perdidas se arreglan de nuevo (…) Soy el enemigo de la vida sin sentido, no vivida”.
Y es emocionante pensar que, después de tantos años, hoy le estaremos escuchando juntos otra vez como a aquel chico con su guitarra aquella noche en Santiago.