Volodalen

Huyendo del ruido, el artista vasco Agustín Ibarrola llegó al pueblo abulense de Muñogalindo en 2005. Casi sin darse cuenta comenzó a descubrir el paisaje, a medio camino entre el granito, las encinas, la luz de la dehesa castellana y el viejo rumor de los antiguos pobladores del Valle Amblés que dejaron escrita su historia en la piedra de los castros celtas que dominaron la zona durante la edad del bronce.


Abrazado por el regreso a la naturaleza y a los primeros poblados prerrománicos, el artista comenzó un intenso diálogo entre su arte de vanguardia y las viejas piedras que desde lo alto de la dehesa de Garoza presiden el horizonte. Y, como si de un pueblo vetón o de una vieja cueva prehistórica se tratara, comenzó a intervenir artísticamente el lugar hasta inventar un espacio de color y de trazos figurativos.


“Las piedras tienen formas; las formas sugieren siempre un tratamiento geométrico: por sus huecos, por sus volúmenes, por sus planos… son piedras rotas, abiertas. No se pueden ver de un solo vistazo”, nos recuerdan las palabras del artista vasco mientras paseamos por Garoza como quien pasea por Chillida Leku u otros lugares mágicos donde arte y naturaleza se dan la mano.


Durante los años treinta del pasado siglo XX, el entrenador sueco Gösta Olander se retiró junto a su mujer al interior de su provincia natal de Jämtland, cerca de la frontera con Noruega. Arrendó un pequeño albergue y, convencido del enfoque natural de la vida, convirtió a Volodalen en una meca del entrenamiento de fondo que llegó a su apogeo en los años sesenta y por donde pasaron muchos de los mejores corredores de la historia como Alain Mimoun, Jean Wadoux, Gaston Roelants, Dave Bedford o Jorge González Amo y toda una generación irrepetible de corredores españoles.


Alrededor de un maravilloso entorno de bosques vírgenes, ríos y montañas, Olander supo dibujar su propio mundo y rápidamente delimitó grandes zonas de musgo y marismas para trotar, utilizó la nieve profunda para el acondicionamiento de los corredores durante el invierno, abrió lo senderos que se internan en la montaña y los bosques, utilizó las colinas de arena que rodean al lago Nulltjärn e inventó un famoso camino de 220 metros que se convirtió en uno de los principales lugares de peregrinación del atletismo mundial.


“Allí el paisaje tiene una nobleza y una pureza extraordinaria, y el aire tiene una calidad que no he experimentado nunca en ningún otro lugar”, escribió el plusmarquista mundial de la milla Michel Jazy.


En la actualidad, dentro de nuestro propio maratón infinito y en medio de las grandes ciudades que amenazan con devorarnos, no paramos de preguntarnos cómo seguir encontrándonos a nosotros mismos.


Seguramente, como pregonan Olander o Ibarrola, las respuestas permanecen esperándonos en todos los Volodalen o Garozas que nos recuerdan la necesidad de regresar a lo más básico en busca de nuestros orígenes y la naturaleza que nos rodea.

Nota: Columna publicada en la sección Iffley Road del número 12 de la revista CORREDOR\ y replicado en su página web el 25 de marzo de 2020

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