“Me gusta que el ciclismo sea un deporte en el que no pasa nada durante horas. Y me encanta que televisen esa nada, en la que siempre hay algo para quien sepa verlo”.
Ander Izagirre
“Corro para comulgar como una ahogada. Corro para escribir. Corro porque escribo. Porque es igual de inútil, igual de necesario, igual de pavoroso”.
Leila Guerrero
En el fondo la forma. Leila Guerrero – Ander Izagirre. N 7 Voces, Revista 5w
(artículo publicado por Miguel Calvo en la web RFEA el 13 de mayo de 2021)
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“Lo que más me ha impresionado en mi vida fue el día que vi el mar por primera vez. Fue en San Sebastián. ¡Qué impresión me llevé, Dios mío! ¡Qué imponente era ver tanta agua!”
Entrevista de Pedro Escamilla a Jesús Hurtado con motivo de su retirada a los 38 años
(Marca, 7 de enero de 1967)
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Testigo vivo de un mundo que prácticamente terminará desapareciendo con él, a sus 92 años Jesús Hurtado todavía recuerda las características que durante los años cincuenta del pasado siglo le convirtieron en un corredor irrepetible, justo en el momento en el que la historia del atletismo español moderno comenzaba a escribirse en pistas de ceniza: “Cuando veo a los corredores actuales siento una envidia tremenda, porque si yo hubiese llegado a pillar el tartán que hay hoy en día… Nadie me ganaba en duro y siempre conseguía imponerme al final. Aguantando, no había nadie tan rápido como yo en la última vuelta y siempre recuerdo a Gregorio Rojo gritando al pie de la pista: ¡Tiradle antes!”
“Entonces, el atletismo era muy diferente al de ahora – continúa recordando el propio Hurtado al tiempo que se emociona al relatar cuánto le gustaba competir en San Sebastián y la admiración que sentía por cómo se vivía el atletismo en países como Finlandia -. Recuerdo que corría con unas playeras que me quemaban los pies y al llegar a casa mi madre me preparaba un barreño con sal y vinagre para curarlos. En invierno corríamos las carreras de cross y luego nos bañábamos en las piscinas municipales, que estaban heladas. Pero éramos muy felices y pudimos correr con atletas como Emil Zatopek o todos los ingleses que por aquel entonces eran las grandes estrellas del campo a través. Mis ídolos eran Vladimir Kuts, Zatopek y Alain Mimoun, que además era muy buena persona. Aquí, entonces ya había atletas con una calidad enorme, como Barris o Molins, pero para mí el mejor fue Antonio Amorós. Era el que siempre me jodía, pero es que era el mejor”.
Fruto de una mezcla irrepetible entre el atletismo del Madrid más castizo y los primeros viajes internacionales de los atletas españoles, Hurtado presume de sus más de 800 trofeos, muchos de los cuales todavía conserva en su coqueta casa de la colonia de Mirasierra, al norte de la capital madrileña. Y su enorme palmarés parece quedarse pequeño para describir toda la leyenda que alberga su figura: coleccionista de récords, campeón de España en cinco y diez mil metros, más de 20 veces internacional, sexto en los Juegos Mediterráneos disputados en Barcelona en 1955, ganador de todas las tradicionales carreras que definieron la historia de Madrid durante aquellos años como el Trofeo Buenavista, la vuelta al Retiro o el trofeo de los hermanos Izuzquiza entre tantos otros, asiduo de la mítica San Silvestre de Sao Paulo en unos años en los que todo el mundo parecía estar tan lejos de las fronteras españolas e incluso ganador de las dos primeras ediciones de la San Silvestre Vallecana en 1964 y 1965, lo que le convirtió para siempre en un icono de la historia del atletismo español. Tanto que, mientras que en otros países un pionero como él ya tendría hasta su propia película, aquí sigue esperando incluso un reconocimiento del ayuntamiento de la que ha sido su ciudad durante toda la vida.
“Entonces la vida era muy dura – continúa relatando Jesús Hurtado -. Mi familia vivía al final del barrio de Tetuán de las Victorias, donde ni la guardia civil se atrevía a entrar, y mi padre murió muy joven, cuando yo sólo tenía 7 años. Durante la Guerra Civil nos caían los obuses que tiraban desde el cerro Garabitas y nos teníamos que refugiar a dormir en los túneles del metro. Éramos cinco hermanos, mi madre trabajaba todo lo que podía y durante la posguerra pasamos mucha hambre. Yo no fui al colegio y pasaba todo el día en la calle. Muy pronto comencé a trabajar en una imprenta y durante el servicio militar comencé a correr, gracias a Villalonga. En la primera carrera en la que participé en 1950 gané el trofeo al mejor neófito y el atletismo se convirtió rápidamente en toda mi vida. Sabía que me tenía que buscar un porvenir y cada mañana iba corriendo al trabajo para aprovechar a entrenar el poco tiempo que tenía disponible”.
Después comenzaron a llegar las primeras competiciones en las que su nombre comenzó a aparecer junto a figuras tan capitales como José Luis Torres o Miguel de la Quadra-Salcedo, todavía atletas. Los primeros triunfos. Los entrenamientos por la noche entre los pinos de las Dehesa de la Villa con una linterna junto a Luis Gómez. El apoyo fundamental que siempre fue su amigo Felicito Cerezo. La camiseta del Atlético de Madrid durante sus primeros años como atleta. El fichaje por el Real Madrid, convertido en su club de toda la vida. Los entrenamientos con un sabio como Pedro Escamilla como entrenador. Los primeros viajes que hicieron que un chico que hasta entonces nunca había visto el mar pudiese recorrer todo el mundo. Las cinco veces en las que Franco le dio la mano como saludo al gran campeón que fue. La casa que recibió como reconocimiento a su figura. La pista de atletismo de Santa Ana. Y el papel que desempeñaron en su vida personalidades como Elola Olaso y Santiago Bernabéu, gracias a los cuales primero comenzó a trabajar en el gimnasio Moscardó y luego terminó siendo el encargado de las instalaciones y el material de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid hasta su jubilación, parte fundamental de la historia emocional del club blanco.
“Entre medias de todo ello, el escenario principal siempre fue la pista de ceniza universitaria de Madrid y el viejo espíritu que la rodeaba – nos ayuda a contextualizar Jorge González Amo -. Siempre digo que el atletismo cambió más en la década que precedió a los Juegos Olímpicos de México 1968 que lo que ha cambiado desde entonces hasta ahora, y la figura de Hurtado es imprescindible para relatar aquella época. La pista universitaria era sobre todo una forma de vida, un lugar de reunión. Y gracias a la mezcolanza que se produjo allí y al espíritu que se formó a su alrededor podemos explicar cómo comenzaron a convivir los dos mundos que fueron fundamentales en el inicio de la historia del atletismo español moderno: por una parte, el mundo rural y menos desarrollado del que provenían la mayoría de los fondistas; por otra parte, el mundo universitario y más elitista del que surgen la mayoría de los velocistas y los atletas de los concursos de saltos y lanzamientos. Entre medias de ambos mundos siempre estábamos los mediofondistas, intentando hacer de nexo de unión entre unos y otros y, sobre todo, aquel ambiente tan irrepetible que se generó en esa pista para albergar a unos y otros y de la que Hurtado es uno de sus máximos exponentes históricos, el más mayor que queda vivo”.
A lo lejos, el interminable sueño olímpico que Hurtado nunca pudo vivir pese a haberse quedado en Tolosa tan cerca de los Juegos Olímpicos de Roma 1960, pero que como si de un acto de justicia poética se tratara terminó alcanzando al portar la antorcha olímpica de México 68 por la madrileña calle Alcalá. Más cerca, la enorme sala de trofeos de su casa que, iluminada por esa misma antorcha ahora convertida en una lámpara, es un auténtico santuario de la historia del atletismo y el deporte madrileño y español. Y siempre presente, la risa como una forma de vida, tal y como el propio Jorge González Amo recuerda cientos de anécdotas como aquel día que tras un encuentro internacional España – Austria en Barcelona acabaron en el cabaret El Molino con Hurtado convertido en un improvisado protagonista más del espectáculo o el viaje de vuelta a Madrid en el que el tren se detuvo por un accidente y el fondista madrileño se convirtió en el auténtico maestro de ceremonias sobre las vías, genio y figura tanto dentro de la pista como fuera de ella.
Emocionado, Hurtado continúa enseñándonos recuerdos. Fotos que resumen una vida imposible de describir. Las viejas zapatillas de tacos con los que corría sobre la ceniza. Las flechas que le trajo de la selva amazónica su amigo Miguel de la Quadra-Salcedo. Los cientos de recortes de prensa que recuerdan a la gran figura que fue. Y las lágrimas que afloran al recordar a todos los que se han ido, desde los más recientes como Arizmendi o Lombao, hasta todos aquellos que hace tanto que se fueron y que son ya parte de un mundo a punto de desaparecer.
“Cómo me acuerdo de ti, amigo – responde Hurtado al teléfono mientras que al otro lado le escucha su querido Julio Gómez Almazán “el ruso” -. De aquel tiempo ya no quedamos casi nadie”.
Y mientras que la emoción nos embarga y nos resistimos a cerrar la puerta a todo lo que fuimos, siempre será buen momento para seguir soñando con camisetas y pósters con la figura de Jesús Hurtado, el último mito y auténtico icono de esa mezcla entre deporte popular y de élite que tanto define la historia del atletismo español.
Imagen del póster oficial de la XXXIV Tradicional Caminata de la Sierra – III Siete Picos Integral (El abrazo del dragón). Ayuntamiento de Cercedilla, 2018
Después de toda una vida corriendo, sólo tres maratones lucen en las piernas como un tatuaje grabado sobre la piel. Sólo tres después de tantos años, convencido desde el principio de que lo importante es el significado y no el número, y cada uno de ellos con tanta historia personal y emocional que bien podrían servir para resumir toda esta travesía: Atenas, Madrid y París.
Seguramente, no haya un simbolismo personal mayor para esos tres primeros puntos del tatuaje que siempre seguirán siendo los tres faros principales del viaje, pero ya ha llegado el momento de seguir ampliando geografías, siempre buscando esa misma vinculación emocional, pues de otra manera, sin que fuera algo totalmente personal, no tendría sentido seguir recorriendo otros caminos a estas alturas.
Imponentes, visibles desde cualquiera de los caminos que conducen a la Meseta, las montañas que se elevan por detrás del pueblo de Cercedilla fueron bautizadas durante la Edad Media por Alfonso X como la Sierra del Dragón, recogiendo una antigua leyenda: un viejo dragón llegó hasta estos pinares en busca de la cueva donde se escondía la fuente de la eterna juventud y al beber de sus aguas se transformó en roca, dibujando el macizo granítico que hoy conocemos como Siete Picos.
Desde Cercedilla, tras dejar atrás Camorritos y la pradera de Navarrulaque, el camino asciende hasta llegar a la primera de las protuberancias que sobresalen de esta columna vertebral montañosa que parecen las espinas de un dragón, el pico Majalasna (1.934 metros) cuya toponimia parece sacada de un mapa del Himalaya. De Occidente a Oriente, se irán sucediendo las siguientes cumbres numeradas de dos a seis, hasta llegar al más alto y el único con vértice geodésico, conocido también popularmente como el pico Somontano (2.138 metros). Y más allá, siguiendo la célebre Senda Herreros donde hay un dragón grabado en la roca, pronto aparecerán la virgen de las Nieves y el alto del Telégrafo. Después, si el legendario animal lo permite, llegarán las míticas cumbres de la Bola del Mundo y Peñalara en viaje de ida y vuelta. E incluso, quizás, más allá la meta de un nuevo maratón que sumar a la cicatriz, ya de regreso a la plaza del montañero pueblo de Cercedilla.
Pero para ello, después de tres años intentándolo sin haber podido todavía ni siquiera llegar a la línea de salida, primero habrá que suplicar al viejo dragón y confiar que nos de permiso para adentrarnos en sus tierras y salir victoriosos de ellas, como si ese fuera el verdadero secreto de la fuente de la eterna juventud.
Necrópolis de la Osera, Castro de la Mesa de Miranda (30 de diciembre de 2018)
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“Las piedras tienen formas; las formas sugieren siempre un tratamiento geométrico, el tratamiento que la puedes dar por sus huecos, por sus volúmenes, por sus planos… son piedras rotas, abiertas. No se pueden ver de un solo vistazo. Hay un íntimo y profundo diálogo con los granitos que afloran por doquier en la dehesa, con las encinas que conforman el bosque e incluso con la memoria de pobladores pasados de esta tierra que también dejaron su huella en piedra. Un diálogo atemporal que conduce siempre a un tratamiento integral del paisaje”.
Garoza, Agustín Ibarrola.
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«Tal y como se apreció desde los primeros mapas topográficos realizados en 1932, en la explanada principal de la necrópolis de La Osera se observa claramente la disposición de tres estelas de granito casi alineadas que rápidamente recuerdan a la figura con la que se dibujan las tres estrellas centrales de la constelación de Orión, una de las más características y visibles del firmamento, y que constituyen otra de las grandes peculiaridades de esta necrópolis, al constituirse en el primer hecho, si se quiere singular, que llama la atención en estos castros respecto a la utilización de la astronomía o la existencia de una base calendaria.
El estímulo del recuerdo de Orión se acentúa cuando se mira dicho mapa y se marcan las posiciones de esas estelas, pues da como resultado una figura geométrica que asimismo es un boceto, algo deformado, de la mencionada constelación, lo que ha hecho que esta interpretación haya sido la más aceptada por la mayoría de los estudios que se han publicado al respecto.
La similitud del conjunto de las estelas con la constelación, aunque podría argüirse como casual, no parece convincente ya que las siete/ocho estelas que señalizan los ángulos se disponen de la siguiente forma: tres señalando el mencionado eje central (cinturón de Orión) y las restantes en lugares opuestos a cada lado formando un trapecio y conformando, todo el conjunto, una figura muy similar a la mencionada constelación (…)
De una manera u otra, la constelación de Orión ha sido especialmente venerada o representada por diferentes culturas muy alejadas geográfica y culturalmente: esquimales, moches, chimus, chinos, egipcios, griegos, romanos, aborígenes australianos e incluso celtas hispanos si aceptamos esta hipótesis. La elección de Orión en lugares tan dispares de ambos hemisferios no necesita explicación alguna: si se eleva la mirada cualquier noche del largo invierno, allí está, brillante, fácilmente reconocible entre los demás astros, por lo que siempre ha debido de llamar poderosamente la atención«.
El reflejo de la constelación de Orión. Astronomía en los castros celtas de la provincia de Ávila
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“La vinculación a la tierra de mis ancestros no tiene tanto que ver con la identidad; es ante todo sentimental y emocional”.
Fernando Aramburu
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“En primavera y verano, Roque, el Moñigo, y Daniel, el Mochuelo, solían sentarse, al caer la tarde, en cualquier leve prominencia y desde allí contemplaban, agobiados por una unción casi religiosa, la lánguida e ininterrumpida vitalidad del valle (…)
Muchas tardes, ante la inmovilidad y el silencio de la Naturaleza, perdían el sentido del tiempo y la noche se les echaba encima. La bóveda del firmamento iba poblándose de estrellas y Roque, el Moñigo, se sobrecogía bajo una especie de pánico astral. Era en estos casos, de noche y lejos del mundo, cuando a Roque, el Moñigo, se le ocurrían ideas inverosímiles, pensamientos que normalmente no le inquietaban:
—Mochuelo, ¿es posible que si cae una estrella de ésas no llegue nunca al fondo?”
“Son los labriegos jóvenes que aran en el cielo su porción redonda de aire. Cubos de tierra líquida vuelcan su gozo en las balsas. En el cónico remate de sus torres, una ventanita. Y las velas, curvándose de azul. La tierra compacta que los sustenta es dorada. Fina tierra en declive que acabará en barco”.
Los molinos, Carmen Conde (Júbilos, 1934)
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“Cartagena tiene tres mil años de historia y podría abastecer de solera a media Europa. Fue capital de la España cartaginesa, y capital de cada una de las cinco provincias romanas de Hispania. Mis antepasados eran griegos, fenicios y cartagineses; y cuando de jovencito me zambullía en el mar, sacaba ánforas que llevaban veinte siglos allá abajo, enfrente de mi casa. En cuanto a raza también soy distinto, porque mi RH positivo es mediterráneo, antiguo y sabio. Y puestos a eso, me siento más a gusto en un cafetín moruno de Tánger o bebiéndome un vaso de vino con aceitunas bajo una parra griega, que en la Gran Vía de Madrid, El Sardinero, Las Ramblas o la plaza mayor de Trujillo”.
“París es un centro, entendés, un mandala que hay que recorrer sin dialéctica, un laberinto donde las fórmulas pragmáticas no sirven más que para perderse”
“A todas luces yo carecía de ese gen que hace que en cuanto uno se detiene en un lugar por un tiempo más o menos largo, enseguida eche raíces. Lo he intentado muchas veces, pero mis raíces nunca fueron lo suficientemente profundas, y me tumbaba la primera racha de viento. Tampoco he sabido germinar, desprovista de esa capacidad vegetal. No me nutro de la savia de la tierra, soy lo contrario de Anteo. Mi energía es generada por el movimiento: el vaivén de los autobuses, el traqueteo de los trenes, el rugido de los motores de avión, el balanceo de los ferrys”.
Los errantes, Olga Tokarczuk.
Biblioteca para una tarde de lluvia de verano. Three Musketeers, Dumas. Annapurna, Maurice Herzog. The Arabian Nights. The Pickwick Papers, Dickens. Sweet Thursday, John Steinbeck. The Prisioner of Zenda, Hope. David Copperfield, Dickens. Oliver Twist, Dickens. King Arthur, Jones. Ivanhoe, Walter Scott. Pride and Prejudice, Jane Austen.
Cambridge, Julio 2024
“Dicen que los pueblos sedentarios, agrarios, prefirieren los placeres del tiempo circular en que todo suceso vuelve necesariamente a su inicio, un retorno en bucle al embrión para repetir el proceso de crecimiento y muerte. En cambio, los nómadas, los mercaderes, al emprender el viaje, se vieron obligados a inventar otro tipo de tiempo, más acorde con el hecho de viajar. Es un tiempo lineal, más útil, porque permite medir el proceso de ir acercándose al destino y llevar la cuenta del beneficio. Cada momento es diferente y nunca se repetirá, por lo que anima a correr riesgos y tomarlo todo a manos llenas, a no desperdiciar ningún instante. Pero, en el fondo, fue un descubrimiento amargo: cuando el cambio en el tiempo es irreversible, la pérdida y el duelo se convierten en algo cotidiano (…)”.
A medio camino entre el final del invierno y el comienzo de la primavera, tan imprevisible, marzo es un buen mes para viajar a las islas británicas, siempre repletas de tradición.
El día amanece gris y bajo una fina lluvia un grupo de jóvenes juega al rugby en la enorme pradera de Parker’s Piece, en el centro de Cambridge, mientras imitan a sus propios ídolos antes de que, por la tarde, los pubs se llenen de cervezas para ver el desenlace del Seis Naciones, uno de los torneos deportivos con más aroma del mundo.
Tras el oval, los chicos corren y huyen de los placajes. A su lado, dibujada con unas sencillas líneas blancas sobre el verde del césped, descansa una pequeña pista de atletismo que invita a correr en la hierba y a soñar con épocas pasadas.
Adentrándonos más en el centro de Cambridge, los famosos colleges se van sucediendo junto al río Cam a medida que la ciudad universitaria se pierde en estrechas callejuelas medievales en las que el tiempo parece detenido en los paseos de los estudiantes que durante siglos han convertido a la pequeña ciudad inglesa en un referente académico.
Dentro del Trinity College, fundado por Enrique VIII en 1546 y por donde han pasado alumnos como Isaac Newton, Lord Byron o el filósofo Francis Bacon, su famoso patio termina de sumergirnos en un apasionante viaje, tanto físico como temporal.
Tal y como recuerda la historia, la mañana que precede a la cena de graduación que se celebra cada mes de octubre, los alumnos se retan en una apasionante carrera alrededor del recinto que quedó inmortalizada para siempre en la película de Carros de Fuego (Hugh Hudson, 1981): el inicio de las campanadas de mediodía marca el comienzo de la prueba y los estudiantes que se van a graduarcompiten por ver quién es el primero en dar una vuelta completa, al tiempo que intentan terminar antes de que suene la última campanada del reloj que hace de juez.
Sin más reglas, nada tiene aquí unas medidas exactas y ni la distancia ni el tiempo son constantes. Por una parte, el enlosado que recorre el perímetro mide 370 metros, pero en la actualidad se permite correr por toda la zona adoquinada, lo que hace que los giros sean menos bruscos. Por otro lado, el calor y la humedad afectan al mecanismo del reloj, por lo que en octubre, dependiendo del día, las campanas suenan entre 43 y 44,5 segundos.
Ni siquiera la escena que incorpora la historia de esta carrera a Carros de Fuego se rodó aquí y tampoco fue realmente tal y como se cuenta en la película. De hecho, la leyenda dice que solo dos alumnos, Sir Burghley en 1927 y Sam Dobin en 2007, consiguieron terminar de correrantes de que dejasen de sonar las campanas. Y ni Sebastian Coe ni Steve Cram, vestidos como en la Inglaterra de 1924 que se recrea en la película, lo lograron en una maravillosa carrera que disputaron en 1988, en plena edad dorada del medio fondo británico.
La mañana en la que visitamos el Great Court del Trinity College, todo está calma. La lluvia ha ahuyentado a los turistas. Los estudiantes aprovechan el día festivo descansando y estudiando en sus habitaciones. Y el famoso enlosado se extiende ante nosotros como único horizonte, mojado por el agua que no deja de caer tímidamente y sin más testigos que las piedras y el cielo repleto de tonos grisáceos.
En silencio, bajo la calma de la lluvia, no hay dorsales, ni rivales, ni un cronómetro que amenace el paso de los segundos.
Nos situamos junto a la torre del reloj y comenzamos a correr, recordando la famosa escena de la película y la propia tradición, convencidos de que las carreras más emotivas no siempre están en las líneas de salida más ruidosas.
[Artículo publicado originalmente en la revista Runner’s World Junio 2017]
No podía haber mejor lugar que Cambridge para comenzar el viaje a París 2024, permanentemente atrapados en una escena de la película de Carros de Fuego.
La música con que se cantan los romances, es un recuerdo morisco todavía. Sólo en muy pocos pueblos de la serranía de Ronda o de tierra de Medina o de Xerez, es donde se conserva esta tradición árabe que se va extinguiendo poco a poco y que desaparecerá para siempre.
Escenas andaluzas, Estébanez Calderón
El cante jondo se acerca al trino del pájaro, al canto del gallo, y a las músicas naturales del bosque y la fuente. Es pues un rarísimo ejemplar de canto primitivo, el más viejo de toda Europa, que lleva en sus notas la desnuda y escalofriante emoción de las primeras razas orientales.
Importancia histórica y artística del primitivo canto andaluz llamado cante jondo. Conferencia leída por Federico García Lorca en el Centro Artístico de Granada la noche del 19 de febrero de 1922.
Comienzo del verano en Sevilla. Pequeñas huidas en medio del trabajo. Por la noche, los ecos de la generación del 27 en un concierto de flamenco en los jardines del Alcázar. Con la salida del sol, antes de la llegada del calor, kilómetros a la carrera junto al Guadalquivir desde el centro de Sevilla a Triana tras los pasos del viaje andaluz de Camilo José Cela y las raíces del cante jondo. Por la tarde, un breve paseo por el barrio de Santa Cruz hasta la librería anticuaria Los Terceros recordando los pasos sevillanos de Pedro Salinas y Vicente Aleixandre.
Inevitablemente, Sevilla siempre huele a maratón. Igual que hace cuatro años soñando con la primera vuelta al mundo de Juan Sebastián Elcano y el permanente recuerdo de la Exposición Universal de 1929 alrededor del cual ha crecido la ciudad. Igual que esta mañana de verano corriendo de nuevo junto a las piragüas del Guadalquivir rememorando la noche en la que los miembros del grupo del 27 intentaron cruzar el río desde Triana y de la que pronto se cumplirán 100 años.
Se aprende a leer antes de leer. O mejor podríamos decir, se aprende a amar la lectura aún antes de saber leer. Se llega a la lectura a través de la voz del otro en la primera infancia. A través de la voz de la madre, del padre, de los abuelos cuando nos cuentan un cuento cuando somos bebés. No es nuevo que la oralidad, la palabra hablada es el puente de iniciación a la literatura y a la lectura. Es la fascinación por las historias, por la narración la que, en primer lugar, puede atraparnos en la lectura.
Decálogo del buen lector, Antonio Muñoz Molina (Feria del Libro de Guadalajara 2007)
Correr
Casi 7.000 personas tomaron la salida del parque de El Retiro en la primera Maratón de Madrid que, al final, ha batido récords, tanto de participación como de tiempo invertido en el recorrido. Casi 7.000 entusiastas, mayores y niños, hombres y mujeres, dieron con el deporte y el esfuerzo una noble respueta a la gran ciudad, elemento cada vez más hostil y deshumanizado.
Primer Maratón de Madrid, No-DO 29 de Mayo de 1978
Escribir
La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.
Elogio de la lectura y la ficción, Mario Vargas Llosa (Discurso pronunciado al recibir el Premio Nobel de Literatura 2010)
Vivir
El derecho a la ciudad no puede concebirse como un simple derecho de visita o como un retorno a las ciudades tradicionales. Solo puede formularse como un derecho a la vida urbana, transformada, renovada.
El derecho a la ciudad, Henri Lefebvre
Recién llegados a Madrid, nada más mudarnos a vivir cerca del parque, rápidamente aprendí que no había un sitio mejor para pasear con un libro debajo del brazo. Desde entonces, punto de equilibrio constante, cada amanecer del fin de semana conecto con la gran ciudad corriendo junto al lago mientras suena el saxo de un músico callejero. Junto a Atenas, allí mismo dibujamos las líneas de nuestros maratones cuando éramos jóvenes. Luego llegaron los paseos fuera de temporada, los picnic y las noches de verano, primero en pareja y después en familia. E incluso tuve la suerte de terminar las últimas correcciones de Regresar a Maratón frente a la cristalera de la Biblioteca Pública Municipal Eugenio Trías que se pierde entre los árboles.
Volver este domingo al parque de El Retiro para formar parte de la Feria del Libro de Madrid junto a Jesús España, familia y amigos es un regalo enorme. Una forma de cerrar un círculo, pero sobre todo una forma más de continuar el camino.
Por razones que no vienen al caso, un día, creo que cuando yo tenía unos 8 años, mis padres se presentaron en casa con una máquina de escribir y una máquina registradora. Ambas eran de verdad, supongo que las trajeron de sus trabajos, y ambas funcionaban perfectamente. Probé ambas durante unos días y, poco a poco, la Olivetti Lettera 430 le fue ganando la partida a la máquina registradora, y eso que ésta era digital, imprimía tickets y te hacía las sumas de las cuentas.
Que la Olivetti conquistara la partida supuso que me interesara menos contar monedas que contar historias. No sé si el mundo perdió un buen financiero en el camino, pero a cambio ganó un niño que tenía todos los libros de su casa catalogados en fichas, que aprendió a escribir sus primeros chistes a máquina y que gastaba rollos de tinta de dos colores con más frecuencia de lo que hubieran preferido sus padres.
Milla 0, Maikel Gómez
El mundo siempre seguirá siendo un lugar maravilloso mientras haya gente capaz de enseñarnos que para seguir avanzando no necesitamos más que unas zapatillas solidarias, que las mejores carreras son aquellas en las que la línea de salida se pinta con una tiza en el suelo, que es imposible no sonreír al recordar el sonido de una vieja máquina de escribir o que los mejores regalos caben en el tacto de una maravillosa hoja de papel envuelta en un sobre granate.
Recuerdo que en mi viaje a las Azores entré en el Peter´s Bar de Horta, un café frecuentado por los balleneros, cerca del club naútico: algo intermedio entre una taberna, lugar de encuentro, agencia de información y oficina postal. El Peter’s ha terminado por ser el destinatario de mensajes precarios y venturosos que de otra forma no tendrían otra dirección. Del tablón de madera del Peter’s penden notas, telegramas, cartas a la espera de que alguien venga a reclamarlas (…).
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(…) He acabado la jornada; dejo Europa. El aire marino me quemará los pulmones, los climas perdidos me broncearán. Nadar, segar la hierba, cazar y, sobre todo, fumar; beber licores fuertes como metales en ebullición… Volveré con miembros de hierro, piel oscura y ojo furioso, y, por la máscara, se me creerá de una raza fuerte. Tendré oro: seré un ser ocioso y brutal. Las mujeres cuidan a esos feroces lisiados de vuelta de los países cálidos…
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Tomo la palabra para decir que me acuerdo de Emil Zatopek, y que también me acuerdo de Georges Perec, que escribió un libro que se titulaba Je me souviens y en el que ninguno de los recuerdos era inventado.
En busca de los orígenes del atletismo español, mucho antes de la llegada del atletismo que hoy conocemos a través de los gentleman británicos y la Amateur Athletic Association inglesa, todo empezó ligado a las actividades diarias del trabajo en el campo alrededor de las cuales comenzaron a nacer los primeros deportes tradicionales y las competiciones que se organizaban en las plazas durante las fiestas tradicionales de los pueblos.
Tiempo de korrikalaris, andarines, palankaris, lanzadores de barra, desafíos, apuestas y pollaradas o corridas de pollos.
En pleno siglo XXI, el club Barraires de Zaragoza es uno de los mejores ejemplos de recuperación, cuidado y divulgación de aquellos deportes tradicionales como el lanzamiento de barra aragonesa con los que empezó todo.
Mañana será un honor debutar con los colores y el escudo de este club con el que me siento tan identificado en el medio maratón de Carabanchel. Pronto llegarán millas urbanas, carreras de pueblo e incluso maratones olímpicos, detrás del recuerdo de aquellos primeros corredores, lanzadores y atletas que pasaron de las campas de Euskadi y Aragón al estadio olímpico.
En mayo de 2018, para celebrar la inauguración de la estatua de Miguel de la Quadra-Salcedo en la vieja pista de ceniza de la Universidad Complutense de Madrid, hogar de la irrepetible generación de atletas que comenzaron a escribir allí la historia del atletismo español moderno, organizamos un pequeño Memorial atlético en recuerdo al propio Miguel, casi como si se tratara de aquellos Juegos Funerarios que realizaban los antiguos griegos para honrar la memoria de sus difuntos, convencidos de que el deporte y las competiciones deportivas, repletas de vida y energía, son la mejor manera de recordar a los amigos que acaban de marcharse.
Inspirado e ilusionado por el homenaje a su hermano, Estanis de la Quadra-Salcedo decidió que a sus 81 años era el momento de volver a ser el atleta que un día él también fue hasta los Juegos Olímpicos de Roma 1960 y se inscribió en la prueba de lanzamiento de peso, todavía sin saber que allí se encontraría con su viejo amigo José Manuel Ballesteros y que desde ese momento se convertiría en su entrenador dentro de una nueva trayectoria como atleta veterano que hoy sigue desarrollando a sus 87 años, repleta de títulos de campeón de España en su categoría.
Allí, en la vieja pista de ceniza, atrapados por la magia de un lugar y de un Memorial que desde entonces supone cada año un reencuentro con la esencia del atletismo amateur, entendido siempre como la pasión por la superación y por la competición en sí mismas, aquella primaveral mañana de mayo de 2018 nos regaló un momento que nunca olvidaremos.
En mitad de la prueba, Estanis andaba cabizbajo, sin encontrar las razones por las que sus lanzamientos no estaban siendo tan buenos como él esperaba, como si de repente su cabeza de atleta infinito hubiese olvidado los cincuenta años que habían transcurridos desde su última competición.
Mientras se preparaba para uno de sus lanzamientos, su hijo se le acercó y, ejerciendo de entrenador, le susurró: «No busques la marca, busca la belleza«.
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(Gracias a Ernesto Calabuig por recordarme este fantástico momento en el mismo círculo de lanzamiento de la pista de ceniza donde tuvimos la suerte de presenciarlo)
Artículo publicado en la web de la Real Federación Española de Atletismo (RFEA) el 16 de diciembre de 2020
Conocido hasta 1972 como el Cross de las Naciones, la geografía de las mejores corredoras de fondo de la historia puede trazarse con un rápido repaso al palmarés del Campeonato del Mundo de Campo a Través. Una especie de Olimpo que incluye nombres como Grete Waitz, Maricica Puică, Zola Budd, Ingrid Kristiansen, Lynn Jennings, Derartu Tulu, Sonia O´Sullivan, Paula Radcliffe, Tirunesh Dibaba o Helen Obiri. Y donde destaca con luz propia el nombre de Carmen Valero (Castelserás, 1955), doble campeona mundial en 1976 y 1977, justo antes de que se iniciara el reinado de la legendaria Grete Waitz, y cuya propia historia nos recuerda cómo una joven que creció corriendo libre alrededor de las montañas de Cerdanyola consiguió proclamarse campeona del mundo, precisamente en una época en la que el atletismo y el deporte femenino en España eran poco menos que una quimera.
En busca de uno de los sonidos que mejor definen la historia del ya centenario atletismo español, todo empezó alrededor del tintineo de un pequeño cascabel que los padres de la pequeña Carmen Valero tuvieron que ponerle para seguirle el rastro cuando se perdía corriendo durante sus paseos por las montañas de Montflorit. El sonido de aquel cascabel pronto comenzó a formar parte de la banda sonora de aquella niña que corría feliz y libre por todos los caminos del bosque que siempre conducían al río. Y, al llegar a casa, después de chapotear en el agua y sentirse absolutamente libre corriendo en plena naturaleza, Carmen se sentaba junto a su cascabel para secarlo, limpiarlo e incluso frotarlo con aceite para que brillara más durante susiguiente carrera.
“Era una época muy diferente, con un ritmo muy distinto al que vivimos hoy en día – recuerda Carmen Valero -. Vivíamos mucho más apegados a la naturaleza y éramos muy felices teniéndolo todo sin tener nada. Por ejemplo, hasta los 13 años no tuve mi primer muñeco con pelo, que aún conservo, y disfrutábamos todo con más pausa. Las latas de sardinas nos servían para inventar un tren, imaginábamos que construíamos una panadería con barro y los muñecos con los que jugábamos eran de cartón y estaban siempre con nosotras en la calle, hasta que comenzaba a llover y todo ese mundo se deshacía bajo la lluvia. Ese ha sido siempre mi lugar, buscando la naturaleza y la libertad, dejándome abrazar por el aire de la montaña. Y todo ello derivó en que el cross haya sido el lugar donde verdaderamente me he sentido libre y feliz”.
Seguramente, un relato que sirve para explicar la auténtica personalidad de una corredora tan irrepetible como Carmen Valero, capaz de acumular récords nacionales en la pista y tripletes imposibles en las distancias de 800, 1.500 y 3.000 metros que se disputaban en los Campeonatos de España, pero que donde realmente se sintió cómoda fue en el campo a través, con ocho títulos nacionales (seis de ellos consecutivos entre 1973 y 1978) y siete actuaciones inolvidables en los Campeonatos del Mundo de la disciplina, que abarcan desde su debut con sólo 16 años en la última edición del viejo Cross de las Naciones que se disputó en Cambridge en 1972, hasta su histórica racha de situarse cinco veces consecutivas en el top-10 mundial, incluyendo su tercer puesto en Rabat 1975 y sus dos títulos mundiales posteriores.
“Si tuviera que quedarme con una imagen de mis tiempos como atleta, me quedaría con el recuerdo de los días corriendo en los bosques de Finlandia – añade la pupila de José Molins -. Estuvimos allí concentrados entrenando con Jouko Kuha y recuerdo la felicidad de poder correr por unos bosques que tenían más de treinta kilómetros de distancia, aislados de todo y rodeados únicamente por árboles y ardillas”.
“De la misma forma que hay corredores que parece que vuelan en la pista y otros en el asfalto, mi hábitat ha estado siempre en el campo a través. Me adapto tan bien a los caminos y los disfruto tanto que es como si no sintiera los kilómetros y siempre me quedasen ganas de más – continúa la corredora que, a base de tenacidad y carácter, casi sin darse cuenta, cambió todas las reglas de un atletismo español que hasta ese momento ni siquiera había tenido en cuenta a las mujeres -. Siempre he sido más de subidas que de bajadas y así es como gané mi primer campeonato del mundo, teniendo claro cuál era el lugar más duro de la carrera, a mil metros de meta, y atacando con todo en el sitio exacto. Lo importante es ir mentalizado y, por extensión, cuando corría los 1.500 metros en pista me los planteaba de la misma manera que afrontaba las carreras de cross, marcando mi punto, por ejemplo, a 300 metros de la meta, y sabiendo que ahí era donde tenía que atacar, aunque sabía que en ese momento seguro que iba a ir fatal”.
El resto, una maravillosa historia que no podría entenderse sin su inseparable grupo de entrenamiento alrededor de Molins en Sabadell. Sin su amistad con la añorada Belén Azpeitia, rival, amiga, compañera y parte fundamental de la historia del atletismo femenino español. Sin el recuerdo de una época que hoy parece muy lejana y en la que todos los sábados y domingos había carreras de campo en Cataluña que le permitían acumular kilómetros y disfrutar de preciosos escenarios naturales. Sin los viajes al País Vasco, auténtico santuario del cross en nuestro país y donde Carmen siempre era feliz sintiéndose muy cerca de la lluvia, el barro y los montes que forman el carácter de su gente. Sin las salidas a Italia y a cualquier lugar de donde la llamaran, porque ella, alma rebelde, siempre iba donde quería sin importarle disputas federativas o imposiciones ajenas. Sin el recuerdo de una época tan inocente en la que Carmen incluso se recuerda esquiando en la Molina o en Pas antes de viajar al mundial de turno, pues entonces ni siquiera se vivía presos del calendario. Y sin el reflejo de las viejas fotografías que nos devuelven la imagen de Carmen corriendo con su coleta al viento o animando después bajo el chándal a su querido Mariano Haro en cualquier cuesta de cualquier circuito de cualquier parte del mundo.
Lejos de aquel pequeño cascabel, otro de los sonidos que siempre describirán a Carmen Valero nos lleva al estadio olímpico de Montreal durante el verano de 1976. Con sólo 20 años, aquella niña que se había criado por los caminos y los ríos alrededor de su casa estaba lista para romper un nuevo techo de cristal y convertirse en la primera atleta española en participar en unos Juegos Olímpicos. Y allí, antes de salir a la pista, Carmen recuerda todavía hoy la sensación de caminar por el pasillo que conducía al interior del estadio, sintiendo el ruido del murmullo de miles de espectadores y descubriendo que todo aquello debía de ser el sueño olímpico del que tanto había oído hablar y que para ella sólo era la necesidad de seguir corriendo, aunque aquellas pruebas en pista siempre se le quedaran demasiado cortas.
“Correr es un viaje de regreso a la niñez– continúa la atleta que a sus 65 años sigue corriendo como una forma de expresión de su carácter y como la mejor terapia posible para seguir afrontando la vida y el paso del tiempo -. En mi infancia aprendí y disfruté muchísimo, hasta el punto de que empecé a competir con 12 años y cuando tenía 16 ya viajaba para correr fuera de casa. Ahora, sigues corriendo, ves a la niña que fuiste y, si todo va bien, intuyes a la niña que volverás a ser durante tu vejez, porque todo vuelve al mismo sitio, al mismo lugar, aunque el camino ya no volverá a ser nunca igual, porque cada vez lo vives de una manera distinta”.
“Ni siquiera es cuestión de ganar – concluye Carmen Vaquero -. Siempre he tenido un carácter muy fuerte y, en la época que me tocó vivir, tenía muy claro que tenía que llegar la primera, pero no he sido consciente de todo lo que logré hasta que desde hace unos años comencé a recibir homenajes y empecé a escuchar cómo la gente valoraba todo lo que conseguí en su día. Al fin y al cabo, se trata de disfrutar las pequeñas cosas. Sentir la libertad. Y sentir que todo fluye mientras que eres feliz corriendo por el campo”.
En la lejanía, como un póster pegado en la pared, quedan las fotografías de todos los triunfos de Carmen Valero. Aquella sonrisa con sus viejas zapatillas azules. Su imagen con el dorsal número 70 corriendo en Chepstow por delante de Tatyana Kazankina. La fotografía con el dorsal 135 en Düsseldorf mientras se proclamaba campeona del mundo por segunda vez consecutiva. O el recuerdo de aquel primer viaje olímpico de una atleta española al Montreal de 1976 y de Nadia Comăneci.
Tan natural como sus ganas intactas de seguir corriendo en busca de libertad. Como sus paseos hasta lo alto de la montaña de la Mola que tantas veces subió corriendo y que ahora asciende caminando. Como la emoción que la invade cuando ve por la televisión una carrera de campo a través. Como sus ganas de apuntarse en el futuro al Trail de Ibiza y seguir corriendo cuesta arriba a pesar de los años. Como las peregrinaciones que tiene pendientes a las montañas donde descansa la virgen de Monserrat, siempre con su amigo Alejandro Gómez en la cabeza. Como el silencio que rodea las montañas de Puigcerdá y que tantas veces le sirve de refugio. O como los viejos caminos que sigue disfrutando corriendo como una niña cada vez que puede, siempre detrás de la llamada de la tierra y sin ninguna necesidad de regresar al asfalto de la gran ciudad.
Huyendo del ruido, el artista vasco Agustín Ibarrola llegó al pueblo abulense de Muñogalindo en 2005. Casi sin darse cuenta comenzó a descubrir el paisaje, a medio camino entre el granito, las encinas, la luz de la dehesa castellana y el viejo rumor de los antiguos pobladores del Valle Amblés que dejaron escrita su historia en la piedra de los castros celtas que dominaron la zona durante la edad del bronce.
Abrazado por el regreso a la naturaleza y a los primeros poblados prerrománicos, el artista comenzó un intenso diálogo entre su arte de vanguardia y las viejas piedras que desde lo alto de la dehesa de Garoza presiden el horizonte. Y, como si de un pueblo vetón o de una vieja cueva prehistórica se tratara, comenzó a intervenir artísticamente el lugar hasta inventar un espacio de color y de trazos figurativos.
“Las piedras tienen formas; las formas sugieren siempre un tratamiento geométrico: por sus huecos, por sus volúmenes, por sus planos… son piedras rotas, abiertas. No se pueden ver de un solo vistazo”, nos recuerdan las palabras del artista vasco mientras paseamos por Garoza como quien pasea por Chillida Leku u otros lugares mágicos donde arte y naturaleza se dan la mano.
Durante los años treinta del pasado siglo XX, el entrenador sueco Gösta Olander se retiró junto a su mujer al interior de su provincia natal de Jämtland, cerca de la frontera con Noruega. Arrendó un pequeño albergue y, convencido del enfoque natural de la vida, convirtió a Volodalen en una meca del entrenamiento de fondo que llegó a su apogeo en los años sesenta y por donde pasaron muchos de los mejores corredores de la historia como Alain Mimoun, Jean Wadoux, Gaston Roelants, Dave Bedford o Jorge González Amo y toda una generación irrepetible de corredores españoles.
Alrededor de un maravilloso entorno de bosques vírgenes, ríos y montañas, Olander supo dibujar su propio mundo y rápidamente delimitó grandes zonas de musgo y marismas para trotar, utilizó la nieve profunda para el acondicionamiento de los corredores durante el invierno, abrió lo senderos que se internan en la montaña y los bosques, utilizó las colinas de arena que rodean al lago Nulltjärn e inventó un famoso camino de 220 metros que se convirtió en uno de los principales lugares de peregrinación del atletismo mundial.
“Allí el paisaje tiene una nobleza y una pureza extraordinaria, y el aire tiene una calidad que no he experimentado nunca en ningún otro lugar”, escribió el plusmarquista mundial de la milla Michel Jazy.
En la actualidad, dentro de nuestro propio maratón infinito y en medio de las grandes ciudades que amenazan con devorarnos, no paramos de preguntarnos cómo seguir encontrándonos a nosotros mismos.
Seguramente, como pregonan Olander o Ibarrola, las respuestas permanecen esperándonos en todos los Volodalen o Garozas que nos recuerdan la necesidad de regresar a lo más básico en busca de nuestros orígenes y la naturaleza que nos rodea.
Nota: Columna publicada en la sección Iffley Road del número 12 de la revista CORREDOR\ y replicado en su página web el 25 de marzo de 2020
“El viento frío soplaba desde la montaña. Estoy ardiendo, convirtiéndome en un fuego brillante. Se nubló. Moriré por ti”.
Todo lo que le interesa al pianista queda reflejado en esta grabación. Mapas de diferentes épocas. Poesías. Leyendas. Historias populares armenias cristianas y pre cristianas. Astrología. Geometría. Diseño armenio antiguo. Grabados rupestres. Cinematografía. Difuminando las líneas entre la realidad y lo imaginario
Túmulo funerario de los soldados caídos en la batalla de Maratón
“El atleta es entrenado por los eleos en la época del año en que el sol abrasa el suelo en los valles de Arcadia, y debe soportar, desde que el entrenamiento empieza a mediodía, la polvareda que levanta, más cálida que la arena de Etiopía”
Gimnástico, Filostrato
Los viejos relatos nos hablan de los días más calurosos del año, cuando los primeros atletas se entrenaban soñando con viajar al antiguo santuario de Olimpia. Del sol abrasador y de los caminos polvorientos surcados por el canto de las chicharras que forman la banda sonora de Grecia durante toda la época estival.
Convencido de la importancia de los ritos y las tradiciones, me gusta celebrar cada cambio de estación corriendo. Por mi cuenta. A través de algún camino alejado del ruido. Y si es posible con un medio maratón, mejor.
Parte del mismo ciclo vital, luego vendrán las largas noches del invierno. Los atardeceres llenos de luz del otoño y de la primavera. O los amarillentos campos del verano. Pero la verdad es que en pleno solsticio todo eso todavía parece muy lejano y, cuando lleguen los calurosos días de julio y agosto, siempre quedará el consuelo de seguir corriendo por el mismo polvoriento camino sintiendo que estamos un poco más cerca de aquellos lejanos corredores que un día poblaron los valles de Arcadia.
Cuando todavía éramos muy jóvenes, caminamos hasta llegar a Santiago.
Ya en la ciudad, durante la primera de las mil y una noches que nos esperarían después, paseamos por las calles empedradas bajo una fina lluvia. Bailamos descalzos. Y en una pequeña callejuela, bajo un arco, un chico cantaba agarrado a su guitarra y a su armónica. Unas viejas botas. Un sombrero. Like a Rolling Stone.
Aún éramos demasiados jóvenes, pero desde aquel momento supimos que Bob Dylan sería siempre el recuerdo de una noche infinita y una especie de refugio que descubrir, de la misma manera que Bruce Springsteen habla de cómo le marcaron aquellas canciones, aquellas historias casi recitadas.
Toda una vida después, hoy vuelve a llover sobre Madrid y esta noche el viejo Dylan toca en la gran ciudad.
Rough and Rowdy Ways. Carpe Diem: “Let’s dance in style, let’s dance for a while. Heaven can wait, we’re only watching the skies”. El teatro ambulante de Rolling Thunder Revue. El mismo rumbo mientras continúa nuestro viaje por la carretera: “Voy camino a dónde todas las cosas perdidas se arreglan de nuevo (…) Soy el enemigo de la vida sin sentido, no vivida”.
Y es emocionante pensar que, después de tantos años, hoy le estaremos escuchando juntos otra vez como a aquel chico con su guitarra aquella noche en Santiago.
Tras la lluvia de las ceremonias de apertura, la pista de polvo de ladrillo rojo había quedado hecha una sopa. Durante la noche, los operarios de mantenimiento finlandeses la regaron con gasolina y prendieron cientos de hogueritas para evaporar el agua. Sobre el estadio se elevaban nubes de humo hacia el cielo y el olor acre llenaba las calles circundantes. Al amanecer del domingo 20 de julio la pista se había secado y la habían nivelado y apisonado antes de que llegasen los primeros atletas.
La milla perfecta, Neal Bascomb
Pistas de atletismo años 50 – Manual de instrucciones.
Artículo publicado en la web de la Real Federación Española de Atletismo (RFEA) el 26 de agosto de 2019 con motivo de la reinauguración del estadio de Vallehermoso (Madrid)
Fotografías Estudio Cano Lasso Arquitectos
“La arquitectura es el encuentro de la luz con la forma”
Le Corbusier
Más allá de las pisas del tráfico y del ir y venir apresurado que respiran las calles, las grandes ciudades se construyen gracias a los espacios y a las construcciones que las hacen reconocibles. Pues, al fin y al cabo, según recogió hace medio siglo Aldo Rossi en su famoso libro titulado La arquitectura de la ciudad, las ciudades, lejos de ser un simple problema de organización de estructuras, son un conjunto que se dibujan a sí mismas y permanecen en el tiempo por encima de aquellos elementos arquitectónicos que las definen y que simplemente forman parte de una realidad o un instante concreto.
Con la entrada del siglo XXI, como si el tiempo moderno hubiese llegado como una apisonadora, Madrid poco a poco se fue quedando sin todas las partes de su esqueleto que durante tanto tiempo fueron construyendo una gran cultura atlética en la capital (el Palacio de los Deportes, Vallehermoso y la Peineta). Y la ciudad, desnuda del deporte rey de los Juegos Olímpicos, quedó como un gran socavón situado en el lugar donde durante décadas hubo un estadio que se convirtió el corazón de toda su actividad atlética. Casi sin darnos cuenta, las nuevas generaciones que habían ido hasta allí desde niños de la mano de sus padres se quedaron sin un lugar a donde poder llevar ahora a sus hijos, perdiéndose una tradición tan castiza como ir a ver atletismo o a practicarlo con el colegio, mientras que todo parecía apagarse poco a poco.
Pero, como si fuera un sueño de verano, durante un maravilloso atardecer de finales de agosto, el viejo estadio de Vallehermoso ha vuelto renacer y ha vuelto a la vida transformado en una preciosa instalación deportiva. A su alrededor, el barrio de Chamberí ha vuelto a recuperar la luz que proyectan las enormes torres de focos por encima de Islas Filipinas. Las calles que lo rodean han vuelto a presenciar las viejas colas que se formaban cuando la gente peregrinaba hasta aquí para ver a Edwin Moses, Carl Lewis o Elena Isinbayeva. Y, de repente, todo ha parecido volver a la normalidad, incluso con imágenes que recuerdan a otros tiempos en la vieja pista de ceniza universitaria, con la grada repleta de público y la gente agolpándose en la calle al otro lado de la valla para poder contemplar el tradicional rito de un mitin de atletismo.
Para no olvidar lo que un día fue, un mural grabado sobre la piedra del túnel por el que los atletas acceden al estadio recuerda los grandes records que se lograron aquí en el pasado. A su alrededor, los dibujos recuerdan los orígenes más clásicos del deporte y el atletismo. Y el arquitecto del nuevo estadio, Alfonso Cano, pupilo de José Luis Torres y atleta olímpico en Los Ángeles 1984, se aferra a la infinita mezcla de tradición y modernidad para explicar la filosofía de un proyecto arquitectónico con la vocación que trae la simplicidad de los elementos que son capaces de transmitir sensaciones pasando desapercibidos:
“La idea, en el centro de una ciudad tan densa y abigarrada como Madrid, era construir un espacio vacío, repleto de calma y de quietud, con el objetivo de que fuera un ligero cráter en la superficie de la ciudad que estuviese rodeado de vegetación con los más de doscientos árboles que hemos plantado y que poco a poco lo irán cubriendo todo. Las gradas son como las de los antiguos estadios griegos, excavadas en el propio terreno. Y por encima prácticamente no hay nada, con una cubierta muy ligera construida con un material muy fino e hipertecnológico, casi transparente, que queríamos que fuera como una gasa blanca o una nube que queda flotando por encima de la grada principal”, analiza el arquitecto madrileño mientras que, a otra escala y dentro de normas tecnológicas de construcción muy diferentes a las de épocas pasadas, nos resulta imposible no trasladarnos a las sensaciones de calma y belleza que producen el blanco y el verde del hipódromo de la Zarzuela de Carlos Arniches, Martín Domínguez y Eduardo Torroja.
“Junto a ese regreso a los estadios griegos, construidos en plena naturaleza, queríamos recuperar la imagen donde el color verde de la hierba natural lo invade todo, como cuando se inició el atletismo moderno en Gran Bretaña y los atletas corrían en prados y praderas. Y además, el hecho de que el color verde de la pista se haya desarrollado exclusivamente para este estadio, nos permite que sea algo único en el mundo, lo que lo hará súper reconocible y logrará que cualquier imagen que aparezca remita rápidamente a Madrid y al atletismo español”, continúa el arquitecto madrileño analizando una pista que, durante el día de su estreno, primero Ángel David Rodríguez y luego el velocista estadounidense Mike Rodgers (9.97) se han arrodillado para besarla.
“Por último, terminando de repasar los aspectos arquitectónicos del nuevo Vallehermoso, la idea de colocar la pista de calentamiento por encima de la grada de la primera curva nos parecía que nos abría una gran oportunidad – concluye Alfonso Cano, cuya tesis doctoral versó sobre estadios olímpicos -. Normalmente es un elemento que se coloca adyacente o por debajo del estadio, lo cual te lleva a que siempre sea un espacio peor iluminado y con peor ventilación. Lejos de los tradicionales estadios aéreos, a nosotros nos gustaba más el ejemplo de México 68, donde todo el graderío es parte del terreno, sin tripas por debajo. Además, al subir la pista de calentamiento encima nos sirve para que ocupe una parte del graderío que protege del sol y de los vientos que pueda haber de poniente, al mismo tiempo que pretende conseguir que los atletas estén ya participando de la competición desde el mismo calentamiento, viendo competir al resto de los atletas, sintiendo la animación del público y con una motivación emocional extra”.
Reinaugurado el estadio, con el atletismo de nuevo de vuelta a su hogar, Vallehermoso se convirtió en una fiesta.
Después de tanto tiempo de silencio, cada lanzamiento de jabalina era coreado como una auténtica celebración. La curva del salto de altura enloqueció durante toda la noche. La grada no tardó en comenzar las primeras olas del nuevo estadio. Y abajo, la fiesta la pusieron los atletas que son ya el santo y seña del atletismo español, clara metáfora del presente y el futuro que viene como María Vicente, Jaël Bestué, Bruno Hortelano, Óscar Husillos, Orlando Ortega, Manu Quijera, Kevin López, Álvaro de Arriba, Mariano García, Marta Pérez, Esther Guerrero, Irene Sánchez-Escribano o el gran colofón de Fernando Carro, en estado de dulce.
“Históricamente, este estadio siempre representará la modernización del atletismo español, y para ello podemos recordar dos hitos como la primera vez que vimos competir a las mujeres en el Iberoamericano de 1962 o la llegada del tartán a nuestro país”, recuerda emocionado en la grada Jorge González Amo.
“En aquella época, veníamos de un atletismo de posguerra muy artesanal, prácticamente hecho a mano en pistas de ceniza tan viejas como los 300 metros de cuerda de la universitaria de Madrid o los 500 metros de Montjuic, y Vallehermoso se convirtió en el epicentro del atletismo madrileño y español moderno. Ahora vuelve a surgir como una oportunidad enorme para relanzar el atletismo a través de una continuidad de grandes competiciones, tanto nacionales como internacionales, pues es un escenario perfecto para albergar campeonatos de España, mítines, superligas europeas o grandes competiciones internacionales de categorías inferiores. Y era vital recuperar un escenario para el atletismo en pleno centro de la capital”, analiza el que fuera plusmarquista español de mediofondo mientras que todavía se emociona recordando la magia que se sentía en este estadio en competiciones como los viejos encuentros internacionales, con aquel mítico encuentro con Francia en el centro de todos los sueños.
“Estos días – añade el arquitecto Alfonso Cano -, me he dado cuenta de que hables con quien hables, aunque nunca hayan estado ligados al atletismo, todo el mundo tiene un recuerdo vinculado con Vallehermoso: un día que fueron a correr, un día con el colegio, un día que fueron a ver una competición… Todo el mundo en Madrid tenía una vinculación muy directa con el viejo estadio y esperamos que el nuevo consiga establecer esa magia y ese vínculo con la gente que tenía el antiguo”.
Al acabar la primera de las nuevas grandes noches, los niños volvieron a correr por la grada en busca de una foto o un autógrafo de los grandes protagonistas como antaño. Afuera, estrellas invitadas como Hicham El Guerrouj o Dwight Philips paseaban entre el público mientras que cada dos por tres les paraban para una fotografía. Camino del metro, por la calle Santander un abuelo le contaba a su nieto, ya adolescente, que ojalá el nuevo estadio sirva para recuperar aquella cultura deportiva que ellos tanto aprendieron en sus gradas. Y mientras cae la noche, tan festiva como una verbena de agosto, para cualquier madrileño es imposible no emocionarse al sentir que, junto a un lugar tan maravilloso para el deporte de base, el atletismo vuelve consistir en soñar con los grandes atletas compitiendo de nuevo en el barrio de Chamberí.
Olympic Centennial, Eduardo Chillida (1992)Olympic Centennial, Antoni Tàpies (1992)
“Aquí mi maestro la mar. He nacido frente a ella, algo que me ha impulsado siempre a penetrar en su misterio, a contemplarlo como un universo dotado de sus propias leyes. La mar es siempre es la misma, pero de distinta forma, como la música de Bach”
Eduardo Chillida
“Me impresionó mucho una obra de Debussy que lleva por título En blanc et noir, en la que el músico francés intenta obtener el mayor número posible de variaciones de un tema muy pequeño».
Antoni Tàpies
“Ocupar un lugar y no tener medida: ¿no será esto el espacio?”
Eduardo Chillida
“Quisiera encontrarme en relación con una realizad más profunda que la superficie. He buscado colores que… Es verdaderamente difícil explicarlo porque son cosas que no se pueden expresar con palabras, son cosas que se acercan al mundo visionario, a la mística, es el color bajo la realidad superficial, el color de la ilusión, de los sueños, el color de las visiones, del vacio, el color del espacio”.
Antoni Tàpies
Nota: Suite Olympic Centennial (1992). Serie de obra gráfica editada por el Comité Olímpico Internacional para conmemorar el centenario del atletismo olímpico moderno. La carpeta se compuso de 50 litografías de los artistas internacionales más importantes de las distintas tendencias artísticas contemporáneas.
In Memoriam. Ron Hill (1938 – 2021), ganador del maratón del Campeonato de Europa Atenas 1969 en el estadio Panathinaikó de la capital griega.
«Tras la dura decepción que experimentó en los Juegos Olímpicos de Tokio 1964, convencido de que no dejaría de hacer todo lo posible para convertirse en el mejor corredor del mundo, decidió tomar una firme decisión: a partir de ese momento correría todos los días, sin descanso. Al menos una milla diaria. Hasta que nadie le pudiese alcanzar. Y ya nunca se detuvo (…)
A lo largo de todas estas décadas, la figura de Hill corriendo entre la niebla del norte de Inglaterra ha sido una de las mejores respuestas a la pregunta de por qué corremos, como quien, sin más explicaciones, se aferra a un mismo instante que repite cada mañana, porque al fin y al cabo detrás de cada verano siempre llega el otoño y este vuelve a ser cada vez la primavera del invierno, parte de un círculo que no deja de dar vueltas y al que es mejor subirse y no querer bajarse nunca (…)
Bajo el cielo azul griego en el que se pierde nuestro viaje, a miles de kilómetros de los interminables días de lluvia ingleses, cuando tecleamos en nuestro móvil el lema «Corre todos los días» que el mismo Ron Hill popularizó (#RunEveryDay en su inglés original de las redes sociales), la pantalla se llena de sugerentes imágenes publicadas por corredores anónimos de todo el mundo que invitan a dejarlo todo y salir corriendo. Caminos que se abren paso entre los árboles del bosque, soles que brillan al fondo de pequeñas y solitarias carreteras, coloridos graffitis urbanos, zancadas perdidas sobre caminos nevados y hasta interminables dibujos del paso de los días a la carrera, metáforas de los momentos que busca cada uno de los corredores que a diario llenan los parques de todo el mundo, deseosos de huir hacia ninguna parte. Sin duda, el mayor triunfo de Hill ha consistido no solo en no pararse nunca, sino en que, cuando no ha habido más remedio que detenerse, todo haya seguido girando alrededor del ejemplo en el que convirtió su propia vida (…)»
Extracto de La primavera del invierno, Regresar a Maratón (Miguel Calvo, Ediciones Desnivel 2019)
“El viento creador se detuvo a reposar en esta isla. Estaba ocioso. El cielo y el mar vivían en paz. Entonces el viento recogió con furia las piedras volcánicas. Las amontonó, las sembró, jugó con ellas, las diseminó por la isla. Pero no se quedó contento. Aquí debía vivir. Y así fue la historia. Existieron las culturas del trigo, de los metales. Existió la edad de piedra, la cultura del maiz. Esta fue la cultura del viento. Mucho antes que los navegantes de Polinesia. Antes de los reyes. Antes de los descubridores. Antes de los dioses. Antes del fundador: Hotu Matua. Antes de todos ellos fue el viento”.
Pablo Neruda
[Dos primaveras ya sin celebraciones, pero ningún 20 de mayo sin flores]
«En nuestra época el Mundial de Cross era sagrado… ¡Lo preparaba hasta José Luis González! (fue subcampeón junior en 1975). Quizás no lo hiciese con la misma intensidad que la pista, pero quería estar ahí. Lo preparaba Walker, Dixon… mediofondistas como él. Lo preparaban maratonianos como Salazar… Lo preparaba todo el mundo. Es una prueba de muchísimo nivel en la que sales a saco, sigues a saco… y terminas como puedes. No hay táctica de equipo ni esas cosas que dicen, es mentira; no existen porque no se pueden llevar a cabo, cada cual hace lo que puede, cuando no tira uno tira el otro y la carrera no para en ningún momento, cosa que sí sucede en la pista, donde puedes correr con las liebres a muerte o adoptar una actitud más conservadora. Desde que dan el tiro hasta que terminas vas al límite: es el atletismo puro«.
Antonio Prieto, el «Taka». Entrevista contenida en «El Taka», reportaje publicado en el número 197 de Runner´s World (Julio 2018). Texto: Alberto Hernández; Fotografías: Bárbara Sánchez.
«Igual que si fuera un personaje extraído de una novela de Miguel Delibes, es imposible entender la figura de Mariano Haro sin todos los campos y las tierras pinares que dibujan las nostalgias de Castilla, tan anchas como un páramo interminable (…)
Al final de todo el camino, nadie mejor que el escritor Francisco Umbral para definir al corredor palentino, tal y como escribió en El País a su regreso de los Juegos Olímpicos de Montreal 1976 en los que se quedó una vez más tan cerca de la gloria: “Mariano Haro vuelve ahora a la soledad del corredor de fondo, que para él es una soledad palentina y postolímpica”.
Reflejo de la España que comenzaba a asomarse al mundo durante aquellos años sesenta y sesenta después de tantos años de dictadura, suele asociarse la imagen de Haro al gran corredor al que sólo le faltó un último paso para subir a lo más alto del olimpo mundial. Pero, en realidad, ¿qué es la derrota? ¿qué es la victoria?
“Huyo del ruido, del tráfico y del ajetreo de las grandes ciudades, y por eso siempre he seguido viviendo en mi pueblo de Becerril de Campos– respondía el propio Haro en una entrevista de la televisión de la época -. Me gusta la soledad del corredor de fondo y, de hecho, disfruto la naturaleza, pero estando solo, escuchando los ruidos del campo y de los pájaros”.
Casi medio siglo después de Múnich, sigue siendo emocionante huir del ruido actual y volver tras los pasos de Haro por los mismos caminos de Tierra de Campos donde corrió desde niño detrás de las perdices y que luego convirtió en el lugar de entrenamiento de uno de los mejores fondistas de la historia del atletismo español. Recordar el sonido de la respiración que acompañaba a sus zancadas. Imaginarle de nuevo pintando sobre el campo un círculo de 100 metros de diámetro para poder entrenar como si estuviera corriendo en una plaza de toros y convertir todo aquello en un estadio olímpico. Volver a escuchar los gritos de “¡Haro! ¡Haro! ¡Haro!” que han quedado grabados para siempre en el hipódromo de Lasarte y las campas que rodean al pueblo de Elgoibar y al resto de las cunas del cross en el País Vasco. O volver a verle en un viejo vídeo que permanece prácticamente oculto en las profundidades de internet corriendo en cabeza durante la final olímpica de 10.000 metros como si no hubiera mañana y en la vida todo fuera correr hacia delante sin mirar atrás.
“Lo importante es no pensar– explica Haro convertido ya en un mito en los viejos archivos de Radio Televisión Española-. Lo importante es no pensar y seguir corriendo. Correr. Que pasen los kilómetros y que sigas pensando que todavía no has hecho nada”.
En definitiva, un viaje desde la vieja España repleta de relatos de perdedores y soñadores a un futuro prometedor y sin complejos donde correr cara a cara con los mejores corredores del mundo, pero con la seguridad de ser fiel siempre a tus raíces, a tu manera de ver la vida y al paisaje castellano donde siempre has sido feliz.
«El Club Akiles surgió en 1963 en la antigua sede del Cuartel de la Montaña que, posteriormente, acogió las instalaciones deportivas José María Cagigal. Tras disgregarse como sección del Cuartel de la Montaña, el Club Akiles se constituyó como Agrupación Deportiva de la Real Federación Española de Atletismo en 1978. Abierto a todos los corredores, el club entrena los sábados y domingos en la Casa de Campo de Madrid«.
Página web Club Akiles de Atletismo (c/ Santa Fé, 13 Madrid)
Mosaico romano, Conjunto arqueológico de Itálica (Sevilla) [Fotografía página web oficial Cross de Itálica]
«La carrera, aun la más breve, me sería hoy tan imposible como a una estatua, a un César de piedra, pero recuerdo mis carreras de niño en las resecas colinas españolas, el juego que se juega con uno mismo y en el cual se llega al límite del agotamiento, seguro de que el perfecto corazón y los intactos pulmones restablecerán el equilibrio. De cualquier atleta que se adiestra para la carrera del estadio, alcanzo una comprensión que la inteligencia sola no me daría«.
Marguerite Yourcenar: Memorias de Adriano (Traducción de Julio Cortázar). Edhasa, Narrativas Históricas, p. 12. Barcelona, 2006.
[Desde 1982 el Cross Internacional de Itálica se disputa en el recinto arqueológico de Itálica (Santiponce, Sevilla), la primera ciudad romana fundada en Hispania (206 a.C.) y cuna de los emperadores Trajano, Adriano y Teodosio I el Grande]
Según el guión de lo que era nuestra vieja vida, estos días de otoño deberíamos de estar terminando de preparar el maratón de San Sebastián. Soñando con perseguir olas en Zarauz, con imaginar horizontes en Guetaria, con correr en la bahía de la Concha y con saltar al infinito desde el peine de los vientos. De la inmensidad de la luz mediterránea de Atenas a la inmensidad del gris atlántico del norte del norte.
Pero todo cambió y toca inventar nuevos paisajes, aún condenados a seguir separados.
Desde el mismo principio del mundo, todas las antiguas civilizaciones celebraron fiestas alrededor del solsticio de invierno: el día más corto; la noche más larga; y la nieve, el frío y la oscuridad que simbolizan los días en los que acaba el año y todo vuelve a empezar. Muy especialmente los antiguos celtas y vetones que poblaron la provincia de Ávila, desde el valle Amblés a los castros que se extienden por toda la sierra abulense y la frontera de la Moraña que comienza más allá de las Cogotas.
Morir para volver a renacer. Resguardarnos bajo las mantas para seguir escuchando viejas historias. Encender el fuego para seguir guiándonos en la oscuridad. Y, justo a falta de 10 semanas, seguramente sea el mejor momento para decidir que volveremos a preparar juntos el camino y a correr por nuestra cuenta bajo las sombras de la noche que anuncia la llegada del invierno, siempre unidos a pesar de la distancia.
Los galos afirman que son descendientes de Plutón y que eso les ha sido transmitido por los druidas. Por ello todo lo cuentan no según el número de días, sino de noches; los aniversarios de nacimientos y los inicios de los meses y de los años se cuentan como que el día sigue a la noche.
La Guerra de las Galias (libro VI: XVIII), Julio César [s. I a.C.]
Hay personas que se funden tanto con un lugar que terminan formando parte de él, incluso hasta llegar a cambiar su esencia.
Convertido por derecho propio en uno de los mejores fondistas de la historia del atletismo español, la figura del gallego Alejandro Gómez estará unida para siempre al parque Castrelos de Vigo. El parque que Alejandro y sus compañeros convirtieron en su lugar sagrado de entrenamiento. Hasta el punto de que, tal y como recuerda Martín Fiz, Alejandro nunca entendió de medidas de tiempo o de distancia, y para él la vida siempre ha sido correr a tres minutos el parque.
Junto a Castrelos, siempre quedarán en la memoria los nombres de las ciudades que sirvieron de escenario a sus grandes gestas, desde los mundiales de cross de Stavanger o de Ostende, hasta los estadios olímpicos de Seúl, Tokio, Barcelona o Atlanta y las carretaras de Rotterdam o Shouth Shields.
Al norte del norte, en Euskadi permanece el barro de Elgoibar, Lasarte o Amorebieta como símbolo de la felicidad que sólo se puede medir en emociones y que siempre termina desembocando en algún lugar del camino que une Azkoitia con Azpeitia.
Y como recuerdo de la libertad en su máxima expresión, siempre nos quedará la sonrisa de una carrera junto a un grupo de perros mientras sentimos que el corazón nos late con toda su fuerza.
¿Qué guardan los lugares que amamos?
Al fin y al cabo, la vida son momentos. Amistad. Risas. Ganas de correr. Barro. Hierba. El peregrinaje infinito al recorrido mágico que discurre entre Azkoitia y Azpeitia detrás del recuerdo de Diego García. O el recuerdo de los entrenamientos en Castrelos, donde el aroma del océano Atlántico no solo guarda gran parte del alma de Alejandro Gómez y de toda una generación irrepetible de corredores, sino donde descansará para siempre una parte enorme de la magia del maratón, el cross y el atletismo español.
[Columna radiofónica Territorio Beamon del último Tiempo de Atletismo de la temporada 2019-2020 de Corre a tu Ritmo, 29 de junio de 2020]
Especial Alejandro Gómez. Tiempo de Atletismo en Corre a tu Ritmo y CORREDOR\ (29 de junio de 2020)
Stade Olympique Yves-du-Manoir (Stade de Colombes), sede de los Juegos Olímpicos París 1924 [Fotografías 1924 – 2019]
El viejo calendario nos recuerda que hoy deberíamos de estar en París. Después de tres meses reinventándonos en casa, sigue siendo extraño mirar lo que iba a haber sido y al final no fue, como si se tratara de nuestra vida sin nosotros. Pronto volveremos a recuperar planes y viajes. Pues, al fin y al cabo, como escribió Vila-Matas parafraseando a Ernest Hemingway: “París no se acaba nunca”
En 2020 se han cumplido 90 años de la primera edición de la carrera pedestre «Vuelta a Madrid» de 1930. Una excusa perfecta para volver a correr por el recorrido original de la prueba sintiéndonos corredores de hace casi un siglo y, en definitiva, una gran manera de comprender mejor el urbanismo de la ciudad de Madrid.
El trayecto de la Vuelta a Madrid recorre todo el perímetro de la antigua ciudad y transita por las grandes avenidas que surgieron al derribar las viejas tapias que delimitaban la ciudad, unos enormes espacios que unieron la pequeña villa original con las afueras que comenzaron a nacer tras los muros primitivos y que dieron lugar a las Rondas y Paseos que hoy conocemos. Una versión muy castiza de la Ringstrasse de Viena u otras grandes capitales europeas, donde además recorremos los grandes nudos o plazas donde confluyeron las principales vías de acceso a la ciudad y donde surgieron las estaciones que albergaron los nuevos sistemas de comunicación, como Colón, Alonso Martínez, Arguelles, Príncipe Pío, Puente de Segovia, Puerta de Toledo, Embajadores o Atocha.
Nota: Con salida en Alonso Martínez y cruzando el parque del Oeste desde Pintor Rosales hasta la ermita de San Antonio de la Florida por el puente peatonal que cruza las vías del tren, el recorrido actual mide 11 kilómetros, si bien el trayecto lo he realizado prácticamente entero por la calzada, en plena Fase 1 de desescalada, al amanecer y sin tráfico (VER MAPA ADJUNTO).
Puerta de Toledo, Madrid
«En 1930 la Federación organiza una popular carrera con miras propagandísticas. La primera VUELTA A MADRID se celebró bajo una pertinaz y violenta lluvia el 27 de abril, elementos estos que no impidieron el brillante resultado y sobre todo el fin que se pretendía: la divulgación del Pedestrismo por las calles de Madrid.
Hacía 19 años que se pensó realizar una prueba de este tipo, pero hasta ese momento no llegó a realizarse. La salida se realizó en el Paseo de Recoletos, dirección a Colón, Génova, Sagasta, Alberto Aguilera, Marqués de Urquijo, Rosales, Paseo de Camoens, Carretera de La Coruña, San Antonio, Paseo de la Florida, Estación del Norte, Paseo Virgen del Puerto, Calle de Segovia, Ronda de Segovia, Puerta de Toledo, Ronda de Toledo, Embajadores, Ronda de Valencia, Ronda de Atocha, Paseo Del Prado y Recoletos de nuevo. El total del recorrido fue de 12 kilómetros. En esta prueba se establecieron tres clasificaciones: una individual, otra por equipos de Sociedades en la que puntuaban cinco corredores y la tercera de relevos.
Tomaron la salida individual 16 atletas y todos se clasificaron, resultando vencedor Juan Ramos en 40:05, seguido de Carlos Blanco, los dos del Racing, en 41:20, tercero Felipe Corpas en 43:15 y cuarto Juan Franco, ambos del Deportivo Libertad. Quinto fue Luis Seijas del Racing. En la clasificación por Sociedades primero el Racing Club, después la A.D. Libertad y en tercer lugar Deportiva Ferroviaria. En la clasificación de relevos de doce corredores venció la Escuela de Mecánicos de Cuatro Vientos en 36:33 y en segundo lugar la Sociedad Atlética».
Pérez, Agustín (2014): Primera parte Historia del Atletismo Madrileño (Hasta 1945). Boletín 93 Asociación Española de Estadísticos de Atletismo, P. 87. Madrid, enero 2014
Recorrido en Google Maps de la Vuelta a Madrid de 1930
Juan Ramos, vencedor de la primera Vuelta a Madrid de 1930
Grafitti con las vistas de la Catedral de la Almudena y el viaducto de Segovia, Madrid
47 Zancadas [Página 47 del número 15 de la revista CORREDOR\, junio 2020]
Gran parte de la historia del atletismo moderno mundial y sus orígenes británicos pueden escribirse alrededor de una milla.
Antes de la universalización del sistema métrico, todo giraba sobre la milla como la distancia por excelencia. Pronto se dividió por la mitad (media milla o 880 yardas) y después volvió a desdoblarse en otras dos mitades hasta llegar al cuarto de milla (440 yardas), medida que se adaptó para la cuerda de las pistas de atletismo y que se acabó redondeando a los 400 metros actuales. Incluso los grandes sueños amateurs y universitarios de los años cincuenta se escribieron con una milla: 4 minutos, 4 vueltas al estadio y un minuto para cada vuelta. Por todo ello, el atletismo moderno nunca se ha medido en los 1.000 metros que forman un kilómetro y sus respectivas divisiones.
En la actualidad, en el centro de Madrid y en pleno desconfinamiento después de meses encerrados en casa, la libertad se puede resumir en una recta de 100 metros pintada sobre el asfalto de una calle de la gran ciudad.
Una libertad infinita si trasformamos la recta en 16 trayectos de ida y vuelta hasta convertirla en una milla: 100 metros, dos niñas en cada extremo, un testigo como relevo, y cuatro recorridos de cada una hasta completar la mítica distancia sintiéndose milleras por un día.
Seguramente no hace falta nada más para seguir siendo felices.
[Iniciativa solidaria #NBMillaVirtual para recaudar fondos por el Covid-19 del Circuito Sudamericano New Balance Milla Urbana dirigido por Gustavo Montes y Factor Running]
Parafraseando a Fernando Pessoa, Bob Dylan dibujó su propio universo en el disco Highway 61 Revisited.
La mítica autopista 61 cruza el corazón de Estados Unidos de norte a sur y, tras dejar atrás Memphis e internarse en Tennessee y Louisiana hasta el delta del Mississippi, a medida que la carretera se pierde entre rectas infinitas, campos de algodón y preciosos atardeceres donde tras cada puerta abierta en pueblos y moteles se escapa la música que nos lleva a los orígenes del blues, el jazz y el rock, a su alrededor no paran de asaltarnos nombres como Elvis Presley, Johnny Cash, B. B. King, Muddy Waters o Louis Armstrong y el sonido de Nueva Orleans en el que todo desemboca. Como el cruce con la 49 donde la leyenda sitúa a Robert Johnson vendiendo su alma al diablo a cambio de convertirse en el mejor músico de blues.
Para el propio Dylan, la carretera que nace en su pueblo natal de Duluth (Minnesota) representaba todo su mundo musical. Pero, por encima de todo, reflejaba su deseo de huir de la ciudad, de buscar nuevos horizontes. Como si el destino hubiese querido que la ruta que mejor simboliza un viaje a las raíces y a la libertad de la música tuviera que pasar justo delante de su casa para poder salir corriendo, convirtiéndolo en una parte más del relato.
Correr, como vivir, muchas veces es una foto fija: una carretera que se pierde en la lejanía. Un bosque. El solitario silencio de los grandes espacios abiertos únicamente alterado por el sonido de las zancadas. Siempre como una huida hacia adelante.
En una de esas imágenes contemplamos a Shalane Flanagan, la primera estadounidense en ganar el maratón de Nueva York en 40 años, perdida en la soledad de las carreteras y los bosques que crecen a los pies de la cumbre nevada del monte Hood o las montañas de Flagstaff y Mammoth Lakes.
En otra de esa fotografías, nueve meses antes de convertirse en la primera estadounidense en ganar el maratón de Boston desde 1985, Des Linden ni siquiera podía correr y, atormentada por las lesiones, creó su propio refugio alrededor del lago Michigan, buscándose a sí misma remando en un kayac, pescando y viviendo encerrada entre cientos de libros, como si a veces necesitáramos perdernos en la ficción para poder encontrarnos en la realidad.
Con la llegada del otoño comenzó a correr de nuevo, centrada en distancias cortas. Y, por fin, el invierno se convirtió en una larga carretera, en cientos de millas a la carrera.
“Es otro día en el paraíso”, narraba su marido durante la retransmisión del pasado maratón de Boston para explicar cómo Linden seguía corriendo en cabeza dispuesta a ganar durante un día infernal de frío y lluvia después de unos meses muy duros de entrenamiento bajo la nieve, el hielo y el viento.
Y junto a Linden y Flanagan, la apasionante figura del japonés Yuki Kawauchi sería imposible de definir sin la metáfora de la vida convertida en un maratón infinito.
Las emotivas victorias de estos tres corredores en dos de los mejores maratones del mundo nos hacen seguir creyendo en los cuentos con finales felices y, precisamente, como si recorriésemos la autopista 61, pocas carreras reflejan mejor la búsqueda de los orígenes que Nueva York y Boston: detrás de la fiebre por las carreras populares que inició Fred Lebow en Central Park; a lo largo de la carretera que une Hopkinton con Boston a través de las colinas donde los mitos llevan forjándose desde hace más de 120 años.
Mientras, sin dejar de correr, seguiremos soñando con viejos cadillacs, con carreteras secundarias y con que la vida, como si estuviéramos dentro de un tema de Bruce Springsteen, siempre se pudiese resumir en una apuesta por el rock and roll: “Súbete al coche, este es un pueblo lleno de perdedores y estoy intentando salir de aquí para ganar”.
Miguel Calvo (columna publicada en el número 195 de Runner´s World, mayo 2018)
«Cuando el sol salió de nuevo, pudimos volver a correr (…) Y el silencio de las calles vacías nos recordó que correr por el centro de la gran ciudad siempre puede convertirse en un juego».
Tiempo de Silencio, Miguel Calvo (Número 15 CORREDOR\, junio 2020)
Pretil de los Consejos, donde se sitúa la cueva de Zaratustra de Luces de Bohemia
Callejón del Gato donde Max Estrella y Don Latino de Hispalis se asomaron a los espejos del esperpento en Luces de Bohemia, a espaldas del antiguo Corral de Comedias de la Cruz
Ramón María del Valle-Inclán, Paseo de Recoletos
Plaza Mayor
Miguel de Cervantes, Plaza de las Cortes
Casa de Calderón de la Barca, Calle Mayor
«Te amo, Lope». Iglesia de San Sebastián
Mariano José de Larra, calle Bailén, muy cerca de la calle de Santa Clara donde el escritor madrileño se suicidó en 1837
«Sobre Madrid, que es como una vieja planta con tiernos tallitos verdes, se oye, a veces, entre el hervir de la calle, el dulce voltear, el cariñoso voltear de las campanas de alguna capilla».
Plazuela de San Ginés, en cuyo pasadizo se situaba la Buñolería Modernista de Luces de Bohemia (actual Chocolatería San Ginés)
«Rinconada en costanilla y una iglesia barroca por fondo. Sobre las campanas negras, la luna clara. Don Latino y Max Estrella filosofan sentados en el quicio de una puerta. A lo largo de su coloquio, se torna lívido el cielo. En el alero de la iglesia pían algunos pájaros. Remotos albores de amanecida. Ya se han ido los serenos, pero aún están las puertas cerradas. Despiertas las porteras».
Luces de Bohemia (1920), Ramón del Valle-Inclán
A medida que la gran ciudad fue extendiéndose a través de los nuevos barrios y las viejas costumbres se fueron difuminando, con el paso del tiempo hemos perdido la noción del significado de los términos genéricos con los que el mapa de Madrid bautiza a los lugares por los que caminamos o corremos cada día.
Desde el siglo XIII, calle es la voz más utilizada para designar al grupo de caminos principales de las villas o ciudades, formados por el espacio que se extiende entre dos líneas prácticamente paralelas de edificios. Por su parte, las carreras fueron en su origen un caminos para carros que en la Alta Edad Media se equipararon a las vías urbanas. De esta manera, el Madrid de los Austrias urbanizó antiguos caminos en elegantes carreras, como el camino de carros que unía la villa medieval con la vega del prado de los monjes Jerónimos con cuyo nombre sigue conociéndose. Y aún hoy la expresión «ir de carrera» es sinónimo de ir de viaje: recorrer el espacio de un punto a otro.
Las correderas fueron calles largas o prolongadas y, desde la primera edición del diccionario de Nebrija (1494) hasta las últimas revisiones de la Real Academia de la Lengua, queda anotado que corredera, además de otros significados muy dispares entre sí, hace referencia a caminos, calles o espacios en los que se «corrieron caballos».
Frente a las vías más alargadas, Fernández de los Ríos definió a las travesías como «calles subalternas que sirven de comunicación entre dos más importantes, de una de las que suele tomar el nombre», y se denominaba callejón a las calles cortas o callejuelas, angostas y generalmente sin romper. La palabra cuesta designaba a los tipos de calles con fuertes desniveles en un sentido o en otro. Mientras que costanilla, término en desuso que tiene una gran presencia en el léxico de la literatura española entre los siglos XVI y XX, se refiere a calles con pendientes más atenuadas y cortas.
Para la distinción entre plazas y plazuelas se atendía al tamaño de los espacios rodeados de edificios en que coinciden varias calles, con la posibilidad de que en el segundo caso pudiera producirse dentro de una sola calle. El término red, como la célebre red de San Luis, proviene de su significado como confluencia de varias calles, plaza poligonal de donde salen calles en todas direcciones o por su semejanza con una red de pescador y por extensión del mercado que en ella tenía lugar. Las plazas circulares o rotondas siguen conociéndose como glorietas. Y todavía quedan pretiles, puertas y portillos (o postigos) para designar a aquellas plazas grandes o más pequeñas que, antiguamente, sirvieron de entrada a la población y que no han variado de nombre aunque con el crecimiento de la urbe se hayan transformado en espacios interiores que incluso han perdido su forma original tras los sucesivos ensanches de la ciudad.
En la Edad Media, las cavas eran fosos naturales extramuros acondicionados para la defensa, que en determinadas ocasiones fue necesario cegarlos o desecarlos. A partir del siglo XV muchas de estas cavas ya estaban bastante pobladas y a partir del siglo XVI comenzaron a considerarse calles y parte del trazado urbano.
En busca de más nombres, hasta los trozos de acera cubiertos por la salida de los pisos superiores de las casas a lo largo de la calle se conocieron como portales. Y a medida que los caminos de circunvalación se fueron diseñando por los exteriores de las tapias y puertas de las Villas, los espacios que quedaron tras el derribo de los viejos muros se fueron transformando en vías con arbolado y terrenos de gran extensión con vistas a las afueras que hoy todavía se conocen como rondas, paseos, parques o campillos.
Esquina de Lope de Vega con la Costanilla de las Trinitarias, pequeña calle en cuesta que recibe el nombre del convento en el que está enterrado Miguel de Cervantes en el madrileño barrio de las letras.
Juan Muguerza, a medio camino entre los últimos korrikalaris y los primeros atletas olímpicos
(Fotografía cedida por la familia Muguerza)
«La palabra andarín designaba a la persona que de manera rápida se encargaba de llevar recados, cartas y otros efectos de un lugar a otro utilizando únicamente la fuerza humana. Este oficio, muy extendido en el Antiguo Régimen, acabará desapareciendo con la llegada del ferrocarril y la generalización del resto de los modernos medios de transporte que convirtieron en ineficaz el trabajo de los andarines. Sin embargo, y de forma paradójica, a medida que el oficio se hacía innecesario, la carreras a pie atrajeron la atención del público en una dimensión de puro espectáculo lúdico.
Así, durante el siglo XIX las carreras a pie de andarines, también denominados korrikalaris en algunos lugares, se hicieron muy populares en las fiestas de las localidades de nuestros territorios y pasaron a ser celebradas en grandes espacios públicos como las plazas de toros de Huesca y Pamplona o las plazas mayores de los pueblos».
«La tirada larga es esencial para mi. Hace que me acostumbre a correr durante mucho tiempo. Le dice a mi mente y a mi cuerpo lo que necesita. Cuantas más tiradas largas hago, mejor responde mi cuerpo a correr durante más tiempo y a actuar durante una prueba (…)
Una tirada larga es como la vida, porque subes y bajas sintiendo que tienes muchos desafíos. Pero cuando acabas te sientes muy feliz».
Estadio del santuario de Epidauro (noviembre 2009)
«La medicina que se practicaba en este santuario estaba más relacionada con la sanación espiritual que con la ciencia (…). Actividades como la música, los cantos y las representaciones teatrales formaban parte del proceso de sanación, pues se consideraba que podían llevar al espectador a un beneficioso estado de concentración y renovación espiritual (catarsis en griego).
Paralelamente al cuidado espiritual, los enfermos eran animados a hacer ejercicio, tanto en la palestra como al aire libre, en el estadio (…). En definitiva, el descanso, la dieta sencilla, la higiene y el ejercicio, así como la asistencia a espectáculos en el teatro acercaban este santuario más a un balneario que a un hospital moderno«.
Movellán Luis, M. (marzo 2020): «Epidauro, el sanatorio de Grecia». Historia National Geographic, número 195.
Más allá de las prisas de la gran ciudad, no hay mejor refugio que Central Park. Sobre todo en otoño, cuando la luz adquiere un brillo especial y el parque comienza a inundarse de tonos ocres y dorados, a medio camino entre el invierno que se acerca y el verano que ya se fue.
Sentados sobre los bancos, los oficinistas apuran su almuerzo. Un grupo de jóvenes baila al ritmo de la música. Los patinadores dibujan su propio camino en el asfalto. Un saxo rompe el silencio bajo uno de los puentes. Un joven canta Imagine con su guitarra junto al mosaico dedicado a Lennon en Strawberry Fields. Y decenas de corredores hacen suyo cada rincón del parque, convertido en el corazón de la ciudad neoyorquina que se pierde a través de las grandes avenidas y los edificios que aquí siempre tienen vocación hacia las alturas, en contraste con la espesura de los árboles.
Se acerca noviembre y pronto todo será maratón.
Fred Lebow inició la locura: un domingo de 1969 empezó a correr en el parque y ya nada volvió a ser lo mismo. En 1970 inventó el actual maratón de Nueva York dando vueltas a Central Park, convencido de que las carreras debían de estar en el centro de las ciudades. Y pronto la prueba rompió sus límites iniciales, imparable, hasta apoderarse de todos los barrios de la ciudad y convertirse en el icono del deporte mundial que hoy conocemos, pero regresando siempre a su origen donde cada año se sitúa la línea de meta.
Pero mucho antes, reflejo de otros tiempos, Alberto Arroyo fue el primer hombre que comenzó a correr en Central Park, siempre alrededor del estanque conocido como The Reservoir.
Nacido en Puerto Rico en 1916, Arroyo llegó a Nueva York a mediados de los años treinta en busca de trabajo. Educado por su padre en una vida sana y saludable, cada día corría dentro del parque, junto al lago.
En 1937 un policía le recriminó por correr por la vía principal que rodea el estanque al ser un peligro para los coches de caballos de la época y Arroyo se trasladó desde ese momento al estrecho sendero que se situaba en la misma orilla. Un pequeño camino que hoy, totalmente arreglado, es uno de los recorridos para corredores más famoso de todo el mundo, célebre por escenas de películas como el paseo de Woody Allen en Hannah y sus hermanas.
Poco a poco, debajo de su enorme bigote, el puertorriqueño se fue convirtiendo en una pequeña parte más del escenario y cuando llegó el primer maratón de Lebow él ya estaba preparado para contagiar su pasión.
Tras jubilarse aumentó sus visitas al parque hasta convertirlo en su propia casa, al tiempo que participaba en numerosas causas benéficas. Cada día pasaba allí más de diez horas, siempre dispuesto a charlar con cualquiera y a compartir carreras con todo tipo de personas, desde turistas, corredores habituales o mendigos hasta famosos como la mismísima Jacqueline Kennedy.
Incluso en sus últimos años, cuando las fuerzas parecían escapársele poco a poco y tuvo que mudarse a una residencia, amigos y aficionados le llevaban al parque, donde no dejaba de escucharse su “Hey, looking good!” con el que siempre saludaba a todo el mundo.
Arroyo falleció en 2010 y una sencilla placa le recuerda junto a su lago como el alcalde de Central Park y uno de los grandes pioneros del deporte popular, fuente de inspiración para muchas generaciones de corredores.
“Todo el mundo quiere lo máximo, yo quiero lo mínimo”, declaró Arroyo en una entrevista antes de cumplir los 90 años.
Seguramente no haya mejor ejemplo del verdadero alma de Central Park y del espíritu que cada día llena los parques de todo el mundo de corredores anónimos en busca de aquello que Arroyo había descubierto hace tanto tiempo.
[Miguel Calvo / Artículo publicado en el número 189 Runner´s World, noviembre 2017]
[NOTA: Texto del Territorio Beamon de Tiempo de Atletismo (Programa 02 Temporada 03 en Corre a tu Ritmo y CORREDOR\ 04/11/2019)]
A medida que el mes de noviembre se instala en el calendario, la luz y los colores del otoño nos enseñan que todo es diferente.
Cada día, la penumbra de la noche se empeña en llegar antes a nuestras calles.
El frío comienza a acariciarnos el rostro.
El viento empieza a recordarnos que pronto llegará el invierno.
El sonido de las hojas caídas que pisamos mientras corremos parece despertarnos de las rutinas que a estas alturas del año ya lo inundan todo.
Y, acostumbrados a buscar respuesta a todas las preguntas que nos acechan, dos cuestiones retumban continuamente en nuestras cabezas de corredores: ¿Por qué corremos? ¿A dónde corremos?
En medio del otoño, en medio de nuestras dudas, San Sebastián y Gipuzkoa siempre son una buena respuesta: una carretera, el asfalto, el aroma del mar y la maravillosa sensación de correr bajo una fina cortina de lluvia.
Como un cuento en una noche de frío, las viejas historias nos sigue contando que viajar al norte del norte siempre es regresar al origen, a los mismos paisajes en los que se criaron Diego García, Martín Fiz y Alberto Juzdado antes de reinventar el maratón español moderno, al mismo escenario en el que a finales de los años setenta se batió en Oiartzun el récord del mundo de mujeres cuando el maratón femenino ni siquiera podía soñar todavía con ser olímpico, o a los mismos lugares a través de los que corrieron Mamo Wolde, Abebe Bikila y Carlos Pérez en Zarautz durante los años sesenta.
Como una agenda donde vamos anotando los sueños que nos quedan por cumplir, el alma popular de Gipuzkoa nos sigue recordando que los corredores siempre soñaremos con Behobias, con maratones en la playa de la Concha camino de Anoeta, o con los viejos caminos entre Azkoitia y Azpeitia donde una estatua recuerda que aquí empezó la historia de la mejor generación de maratonianos españoles.
Y como cada tarde, como cada otoño, seguiremos corriendo mientras todo seguirá ahí.
El barro de Elgoibar o Lasarte.
El verdadero sentido de la tradición y la afición por el deporte y el esfuerzo.
La alfombra roja que demuestra que los grandes festivales de cine también pueden tener a nuestros ídolos olímpicos como protagonistas.
El peine de los vientos de Eduardo Chillida junto al rumor del Cantábrico.
Y las carreteras que siempre desembocan a los pies del monte Igueldo atrapadas en la letra de una canción de Mikel Erentxun: “Se enredan los sentimientos. El viento brama con furia. Se tensa la piel del tambor. Las huellas en el horizonte me llevan a ti. Espérame en la vereda”.
Escucha el programa completo «Gipuzkoa, alma popular» (Tiempo de Atletismo 02 – 03):
«Jugando con mi hermana en el jardín de la parte posterior de nuestra casa, antes de iniciar nuestras pequeñas competiciones imitábamos a un locutor de la televisión anunciando el récord del mundo de velocidad. Y uno de nosotros decía con voz profunda: «El récord está en 9,95 segundos. Carl o Carol podrían batirlo hoy en el Campeonato de Estados Unidos. Crece la presión ambiental. Se sitúan en la línea de salida…» Luego Carol obtenía una aplastante victoria sobre mí, cosa habitual.
Cuando me enteré del récord mundial de salto de longitud obtenido por un hombre llamado Bob Beamon, me dirigí al jardín delantero de casa con una cinta métrica. Marqué en el suelo los 8,90 metros, la distancia que había saltado Bob Beamon en los Juegos Olímpicos de 1968, e imité la voz del locutor. «Aquí está, amigos, Carl Lewis está a un salto del récord del mundo. Todo lo que tiene que hacer es saltar esta distancia». Era un día más en nuestro pequeño mundo de fantasía. En aquel momento yo no era consciente de cuán increíble había sido el salto de Bob Beamon. Sabía que la distancia era larga, pero todo era largo para mí entonces. Después de marcar la distancia del salto de Beamon en el suelo, mi primer pensamiento fue: «¡Guau! Es más largo que un Cadillac«».
Extracto del libro Lewis, C. y Marx, J. (1992): Carl Lewis. En Pista (p. 27-28). Traducción Gemma Moral Bartolomé. Ediciones B, Madrid.
Tan solo unos minutos después de haberse quedado a una centésima del legendario récord de la milla en pista cubierta de Hicham El Guerrouj (3:48.45), Yomif Kejelcha (Etiopía, 1997) salió de nuevo a la pista donde acababan de disputarse los Millrose Games para continuar entrenando, como si la vida en el universo del entrenador Alberto Salazar siempre continuase igual. Sigue leyendo →
«Y ya que hemos hablado de Franz Stampfl, podemos añadir que ha escrito un libro sobre los diversos aspectos de las carreras en pista, desde 100 a 10.000 metros, profusa y bellamente ilustrado, que es una joya en materia atlética. En la parte dedicada a la milla y los 1.500 metros, divide sus puntos esenciales en nueve partes, a saber: Sigue leyendo →
«El momento más duro de la carrera es al doblar la curva de los 300 metros. Entro en la recta final cansado, como todos. Entonces se establece una pugna. El cuerpo te pide que aflojes, te dice que ya no puedes más, pero algo te exige que continúes con fuerza. Es la voluntad… que tiene que imponerse«.
En la ciudad japonesa de Maebashi, el 7 de marzo de 1999, Yago Lamela establecía un nuevo récord de España de longitud al volar hasta los 8.56 metros. Forzado por el español, el cubano Iván Pedroso tuvo que llegar hasta 8.62 metros en su último salto para superar a Yago y ganar aquella edición del Campeonato del Mundo de Pista Cubierta.
“Se podría decir que correr es, básicamente, un pasatiempo absurdo que sólo sirve para agotarnos. Pero si pueden hallar el significado en el hecho de correr, han de procurar permanecer en este equipo. Tendrán oportunidades para hallarle sentido a otro absurdo pasatiempo: la vida”
Hace un año tuve la suerte de hablar con Andrés Díaz y Pedro Esteso en el 15 aniversario de su aún vigente récord de Europa de 1.500 metros en pista cubierta en El Pireo (3:33.32).
Tomás Barris (camiseta del RCD Español y pantalón blanco), detrás de Constantino Miranda (color oscuro), a las órdenes de Manuel Cutié en el viejo estadio de Sarriá
«La nueva concepción de los entrenamientos de Cutié cambió radicalmente lo que Barris estaba acostumbrado a hacer hasta el momento y permitió que alcanzara una rápida progresión durante ese año de 1950. El entrenador catalán utilizaba, sin saberlo, una especie de sistema fraccionado con repeticiones y descanso de uno o dos minutos entre las mismas, algo similar a lo que nuestro protagonista experimentaría años más tarde en la escuela de Friburgo.
Peter Snell, el mito neozelandés del medio fondo de los años sesenta, cumplió ayer 76 años.
En 1960, en los Juegos de Roma, ganó el oro en los 800 metros, y cuatro años más tarde, en los Juegos de Tokio 1964, completó su leyenda con un histórico doblete en 800 y 1500 metros. Entre medias, en 1962 batió cinco récords del mundo en la milla, los 800 metros, las 880 yardas y los 1.000 metros, y cuando se retiró en 1965 con sólo 26 años ya era historia del atletismo y el deporte. Años después sería nombrado como mejor deportista de Nueva Zelanda del siglo veinte.
Haile Gebrselassie – ya retirado desde hace años de la alta competición -, como la gran leyenda que es, no sabe hacer las cosas por el simple hecho de hacerlas, sin exigirse lo mejor de sí mismo. Incluso, deportivamente hablando, a sus 41 años.
Bernard Lagat, tras proclamarse campeón USA 3.000m indoor en febrero (por cuarta vez) con 39 años
Por hacernos una idea de la dimensión de lo que estamos hablando, Bernard Lagat, que hoy cumple cuarenta años y que viene de proclamarse este mismo año campeón de Estados Unidos de 3.000 metros en pista cubierta (por cuarta vez en su trayectoria) y de 5.000 metros al aire libre (por séptima vez), ya fue medalla de bronce en los 1.500 metros de los Juegos Olímpicos de Sidney 2000, justo por detrás de Noah Ngeny y Hicham El Guerrouj (quién al igual que el propio Lagat nació en 1974 y se retiró en 2006).
En el mes de diciembre, en este hemisferio norte tan nuestro, el invierno comienza a apretar, aunque nos hagan creer que aún estamos oficialmente en otoño.
Renaud Lavillenie, el pequeño y valiente pertiguista francés que tras recoger el testigo de su abuelo y su padre se dedicó a soñar con llegar más alto que nadie, es un hombre de vuelos, y al igual que el marinero presume de saber todo sobre la mar, él sabe muy bien de cielos, de corrientes de aire y alturas.
Emil Zatopek nunca fue el más elegante ni el más estiloso corriendo sobre la pista. Su ritmo desacompasado, su constante cabeceo transmitiendo sufrimiento y fatiga, y su rostro siempre desencajado hacían sentir al espectador que en cualquier momento el corredor checoslovaco iba a caer al suelo exhausto por el esfuerzo.
Pero Emil, el sencillo, el humilde, había forjado su carácter en los duros años de la Segunda Guerra Mundial, y su ambición, valentía e inusitada capacidad de resistencia y sacrificio le convirtieron en uno de los mejores fondistas de la historia.
«El atletismo es la forma de deporte más antigua, más pura y más básica. Correr lo más rápido posible, saltar lo más alto que podamos, lanzar un objeto a la mayor distancia posible son conceptos que han cautivado a niños y a adultos a lo largo de los años, y además representan todas las cualidades físicas que los jóvenes necesitan. La pureza de nuestro deporte es algo que debemos atesorar, proteger con fiereza y promocionar siempre que podamos».
Me gusta esta etapa del año. El frío, la pausa de los días más cortos. La rutina ya instalada desde el inicio del nuevo curso, con sus anhelos y sus nuevos proyectos. Esta etapa en la que, en definitiva, el atletismo nada a contracorriente de la fábula de la hormiga y la cigarra, y en lugar de recoger y almacenar durante el buen tiempo para cuando llegue el largo invierno, es momento de cargar, de acumular volumen, trabajo y paciencia para cuando lleguen los días de sol y aire libre disfrutar al máximo con los deberes cumplidos.
Las semanas en las que la soledad del entrenamiento, entre el olor del gimnasio y el barro del cross, se hace más patente, tan alejados como estamos de las competiciones que condicionan todo el año.